Frenesí Por Vanina Escales | 7.11.2006 de Artemisa
En el verano de 1964, mientras trabajaba en una fábrica de juguetes , Patti Smith salió hasta una librería y se encontró con el rostro de Rimbaud en la edición de bolsillo de Iluminaciones. Una cronista de Artemisa Noticias salió, en cambio, a caminar por Avenida de Mayo cuando se encontró con la “mariscala del campo del punk” a horas de su presentación en el Festival BUE de Buenos Aires. Patti Smith cantó con un poncho y esa sexualidad multidireccional y andrógina que le permite posar como heroína moderna.
En el verano de 1964, mientras trabajaba en la fábrica de juguetes Dennis Mitchel, Patti Smith salió en el horario de almuerzo hasta una librería cercana y se encontró con el rostro de Rimbaud en la edición de bolsillo de Iluminaciones. Esta cronista, en cambio, salió en la primavera de este año con la noche ya encima por Avenida de Mayo y se encontró con Patti Smith que deambulaba como en un domingo acompañada de Tony Shanahan, el bajista de su banda. La palabra “encuentro” no alcanza. Imagínense, en cambio, a una señora muy creyente que nota repentinamente que su estatuita de la Virgen María llora sangre. Bueno, fue mejor que eso porque, entre otras cosas sonreía y no era de yeso.
Con ese espíritu llegamos al Festival BUE que podría definirse como la antítesis del punk, con sus precios altos, su cronometraje mezquino de cada show y sus auspiciantes arty. También llegamos luego de haber leído la biografía no autorizada de Smith escrita por Víctor Bockris que se salda en la calle Corrientes por pocos pesos, y con todos los comentarios previos al show. Que sus mejores discos son los dos primeros, Horses (1975) y Radio Ethiopia (1976); que está vieja y se volvió naïf y que, como dijo irónicamente Richard Hell, “Patti Smith mola más que la Navidad”. Sin embargo, lo que se le pide es que esté a la altura del mito que forjó en la escena punk neoyorkina de los ‘70s. Aunque sea otro mundo, aunque no haya más CBGB’s en ninguna parte y los aspirantes a músicos pasen por un extreme make-over antes de aprender a tocar el primer acorde. Se llega a agradecer en Smith esa falta de tintura en el pelo y el mismo saco negro deformado por el uso, exenta de los dictados de la moda. Aunque entramos en zonas de paradojas porque esa simpleza es, con el tiempo, signo de simpleza y el mito debe ponerse necesariamente su saco.
El viernes a la noche, apareció en el escenario con un poncho que llegaba hasta el piso, sonriendo y saludando, escoltada por Lenny Kay, Jay Dee Daugherty, Tony Shanahan y Oliver Ray; se acomodó el poncho como una bufanda, agarró una guitarra acústica y el show empezó con Beneath the Southern Cross, del disco Gone Again (1996). A un metro del escenario reinaba la quietud y el silencio, sólo una parejita cantaba. La ya famosa fascinación que Smith causa desde un escenario estaba comenzando. Casi podría decirse que parece un chamán o una sacerdotisa. Es ella la que en todo momento maneja las energías bajo el escenario, los movimientos de sus manos parecían ondular los movimientos de las 20 mil personas llevándolas a la euforia con Free Money, Because The Night y Rock‘n Roll Nigger, o llenándolas de recogimiento con Peaceable Kingdom.
El pelo canoso se movía con el viento que comenzaba a correr, en una imagen casi cinematográfica. Comenzó por sacarse el poncho y, más tarde, el saco, pero se reía un tanto maliciosamente y parecía tentada por no se sabe qué. “La gente no debe servir al Gobierno, ni a las corporaciones ni a la Iglesia”, recordó en la casi obligatoria consigna liberal de los rockers contemporáneos y arrancó con People Have The Power, el tema que compuso con su difunto marido Fred “Sonic” Smith.
Nunca se dijo feminista, o mejor, se dijo decididamente no feminista. Hizo culto de una sexualidad multidireccional, andrógina, aunque mayormente hetero. Y las definiciones son poco liberales cuando lo que se quiere es explorar. Gloria, de Horses, el tema con que cerró la noche puede sonar tan lésbico, pero todo cambia cuando se ve a Patti Smith cantándolo y moviendo la pelvis como el Elvis más erótico. Cuando sacó el disco tenía 28 años y ya era relativamente famosa en la escena contracultural de Nueva York. También era una provocadora y, no en vano, admiradora de Muhammad Alí. Hay muchos héroes dando vueltas en la constelación Smith y, de acuerdo a su biografía, una confianza inagotable en sí misma. Héroes que no son queridos tanto por sus obras –aunque también– sino por sus estilos de vida, por sus procesos creativos y los resplandores que devuelven al mundo. Los nombres obligados: William Burroughs, Allen Ginsberg, fuga y fisura; Bob Dylan, Marianne Faithfull, Brian Jones, Keith Richards, Janis Joplin, excesos del sonido; Arthur Rimbaud, Blaise Cendrars, Henry Michaux, Louis-Ferdinand Céline, buceadores de fosas; Juana de Arco, fanática. Héroes que no piden seguidores; admiradora y no groupie. La multitud que la aclamó en el BUE parecía mirarla también como una especie de heroína moderna; una multitud no fanatizada sino una extraña comunidad amorosa que huye tan pronto como lo hace la última estela de lo compartido. Porque no puede sino haber una relación espejada entre el campo y el escenario; no hay nada más que esa relación. Y el tiempo de los recitales, la pura inmediatez, intensifica cada uno de los movimientos de una mano, cada gesto, cada palabra, acentuando el hecho de que estamos frente a un acontecimiento que no hace más que fugarse; es casi la invitación más directa al amor fati.
Escupidas al piso y a la cámara que filma; la voz tan intacta que causa impresión; las cuerdas de la guitarra arrancadas una a una; saltos acompasados; caminar en cuatro patas sobre el escenario y recordar en el gesto I Wanna Be Your Dog, de Iggy Pop en el mismo espacio; acomodarse el pelo y hacer de cuenta de que todo vuelve a comenzar con una nueva canción; un grupo de chicos haciendo volar guantes de quirófano con los dedos de látex pintados de negro como crestas punkies; un aburrido “vip” que de tan lejano parece sala de castigo; bebidas sin alcohol pero “energizantes”; lágrimas y lookeo; amplitud etaria; “olé, olé, olé, Patti, Patti”.
Pero ya no está, se fue y no importa. Como ella misma escribió en el ensayo We Can Be Heroes que apareció en la revista Details en julio de 1993:
“Sentada hoy aquí, en mi escritorio de Detroit, miro la imagen descolorida de Rimbaud flanqueada por el Dalai Lama sonriendo y Audrey Hepburn en Somalía. Ya no tengo más necesidad de ángeles -ya los he internalizado. Pero los viejos hábitos se resisten a morir.
“Consideraba esto hace poco, mientras miraba a Bob Dylan en PBS. Había un festejo en su honor y estaba rodeado de amigos. Pero el momento más maravilloso fue, como siempre ocurre, cuando salió solo al escenario, mirando un poco como Humphrey Bogart en el principio de The Treasure of the Sierra Madre. Y mientras cantaba, sentí las emociones de todos estos años cristalizadas en una única revelación.
“¿Qué había sacado de él y de otros como él, además de la habilidad para elegir los anteojos oscuros exactos? La capacidad para valerme por mí misma”.
Seguir caminando, vagando, Trampin, encontrarse, a la vuelta de la esquina.
En el verano de 1964, mientras trabajaba en una fábrica de juguetes , Patti Smith salió hasta una librería y se encontró con el rostro de Rimbaud en la edición de bolsillo de Iluminaciones. Una cronista de Artemisa Noticias salió, en cambio, a caminar por Avenida de Mayo cuando se encontró con la “mariscala del campo del punk” a horas de su presentación en el Festival BUE de Buenos Aires. Patti Smith cantó con un poncho y esa sexualidad multidireccional y andrógina que le permite posar como heroína moderna.
En el verano de 1964, mientras trabajaba en la fábrica de juguetes Dennis Mitchel, Patti Smith salió en el horario de almuerzo hasta una librería cercana y se encontró con el rostro de Rimbaud en la edición de bolsillo de Iluminaciones. Esta cronista, en cambio, salió en la primavera de este año con la noche ya encima por Avenida de Mayo y se encontró con Patti Smith que deambulaba como en un domingo acompañada de Tony Shanahan, el bajista de su banda. La palabra “encuentro” no alcanza. Imagínense, en cambio, a una señora muy creyente que nota repentinamente que su estatuita de la Virgen María llora sangre. Bueno, fue mejor que eso porque, entre otras cosas sonreía y no era de yeso.
Con ese espíritu llegamos al Festival BUE que podría definirse como la antítesis del punk, con sus precios altos, su cronometraje mezquino de cada show y sus auspiciantes arty. También llegamos luego de haber leído la biografía no autorizada de Smith escrita por Víctor Bockris que se salda en la calle Corrientes por pocos pesos, y con todos los comentarios previos al show. Que sus mejores discos son los dos primeros, Horses (1975) y Radio Ethiopia (1976); que está vieja y se volvió naïf y que, como dijo irónicamente Richard Hell, “Patti Smith mola más que la Navidad”. Sin embargo, lo que se le pide es que esté a la altura del mito que forjó en la escena punk neoyorkina de los ‘70s. Aunque sea otro mundo, aunque no haya más CBGB’s en ninguna parte y los aspirantes a músicos pasen por un extreme make-over antes de aprender a tocar el primer acorde. Se llega a agradecer en Smith esa falta de tintura en el pelo y el mismo saco negro deformado por el uso, exenta de los dictados de la moda. Aunque entramos en zonas de paradojas porque esa simpleza es, con el tiempo, signo de simpleza y el mito debe ponerse necesariamente su saco.
El viernes a la noche, apareció en el escenario con un poncho que llegaba hasta el piso, sonriendo y saludando, escoltada por Lenny Kay, Jay Dee Daugherty, Tony Shanahan y Oliver Ray; se acomodó el poncho como una bufanda, agarró una guitarra acústica y el show empezó con Beneath the Southern Cross, del disco Gone Again (1996). A un metro del escenario reinaba la quietud y el silencio, sólo una parejita cantaba. La ya famosa fascinación que Smith causa desde un escenario estaba comenzando. Casi podría decirse que parece un chamán o una sacerdotisa. Es ella la que en todo momento maneja las energías bajo el escenario, los movimientos de sus manos parecían ondular los movimientos de las 20 mil personas llevándolas a la euforia con Free Money, Because The Night y Rock‘n Roll Nigger, o llenándolas de recogimiento con Peaceable Kingdom.
El pelo canoso se movía con el viento que comenzaba a correr, en una imagen casi cinematográfica. Comenzó por sacarse el poncho y, más tarde, el saco, pero se reía un tanto maliciosamente y parecía tentada por no se sabe qué. “La gente no debe servir al Gobierno, ni a las corporaciones ni a la Iglesia”, recordó en la casi obligatoria consigna liberal de los rockers contemporáneos y arrancó con People Have The Power, el tema que compuso con su difunto marido Fred “Sonic” Smith.
Nunca se dijo feminista, o mejor, se dijo decididamente no feminista. Hizo culto de una sexualidad multidireccional, andrógina, aunque mayormente hetero. Y las definiciones son poco liberales cuando lo que se quiere es explorar. Gloria, de Horses, el tema con que cerró la noche puede sonar tan lésbico, pero todo cambia cuando se ve a Patti Smith cantándolo y moviendo la pelvis como el Elvis más erótico. Cuando sacó el disco tenía 28 años y ya era relativamente famosa en la escena contracultural de Nueva York. También era una provocadora y, no en vano, admiradora de Muhammad Alí. Hay muchos héroes dando vueltas en la constelación Smith y, de acuerdo a su biografía, una confianza inagotable en sí misma. Héroes que no son queridos tanto por sus obras –aunque también– sino por sus estilos de vida, por sus procesos creativos y los resplandores que devuelven al mundo. Los nombres obligados: William Burroughs, Allen Ginsberg, fuga y fisura; Bob Dylan, Marianne Faithfull, Brian Jones, Keith Richards, Janis Joplin, excesos del sonido; Arthur Rimbaud, Blaise Cendrars, Henry Michaux, Louis-Ferdinand Céline, buceadores de fosas; Juana de Arco, fanática. Héroes que no piden seguidores; admiradora y no groupie. La multitud que la aclamó en el BUE parecía mirarla también como una especie de heroína moderna; una multitud no fanatizada sino una extraña comunidad amorosa que huye tan pronto como lo hace la última estela de lo compartido. Porque no puede sino haber una relación espejada entre el campo y el escenario; no hay nada más que esa relación. Y el tiempo de los recitales, la pura inmediatez, intensifica cada uno de los movimientos de una mano, cada gesto, cada palabra, acentuando el hecho de que estamos frente a un acontecimiento que no hace más que fugarse; es casi la invitación más directa al amor fati.
Escupidas al piso y a la cámara que filma; la voz tan intacta que causa impresión; las cuerdas de la guitarra arrancadas una a una; saltos acompasados; caminar en cuatro patas sobre el escenario y recordar en el gesto I Wanna Be Your Dog, de Iggy Pop en el mismo espacio; acomodarse el pelo y hacer de cuenta de que todo vuelve a comenzar con una nueva canción; un grupo de chicos haciendo volar guantes de quirófano con los dedos de látex pintados de negro como crestas punkies; un aburrido “vip” que de tan lejano parece sala de castigo; bebidas sin alcohol pero “energizantes”; lágrimas y lookeo; amplitud etaria; “olé, olé, olé, Patti, Patti”.
Pero ya no está, se fue y no importa. Como ella misma escribió en el ensayo We Can Be Heroes que apareció en la revista Details en julio de 1993:
“Sentada hoy aquí, en mi escritorio de Detroit, miro la imagen descolorida de Rimbaud flanqueada por el Dalai Lama sonriendo y Audrey Hepburn en Somalía. Ya no tengo más necesidad de ángeles -ya los he internalizado. Pero los viejos hábitos se resisten a morir.
“Consideraba esto hace poco, mientras miraba a Bob Dylan en PBS. Había un festejo en su honor y estaba rodeado de amigos. Pero el momento más maravilloso fue, como siempre ocurre, cuando salió solo al escenario, mirando un poco como Humphrey Bogart en el principio de The Treasure of the Sierra Madre. Y mientras cantaba, sentí las emociones de todos estos años cristalizadas en una única revelación.
“¿Qué había sacado de él y de otros como él, además de la habilidad para elegir los anteojos oscuros exactos? La capacidad para valerme por mí misma”.
Seguir caminando, vagando, Trampin, encontrarse, a la vuelta de la esquina.
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