Retrato del Libertino -fragmento-
por Antonio Escohotado
+ textos y obra de Escohotado
Todos los afectos humanos se generan mediante el acto de la copulación y sus preliminares (...) Las parejas bendecidas con imaginación llevan el acto de follar a la altura del intelecto, haciendo que -en su sensual elevación etérea- la lujuria y el amor se conviertan en un delirio poético (...) Follar es la gran fuente que humaniza al mundo.
La cita corresponde a un victoriano que a finales del siglo XIX ya senecto, pagó de su bolsillo la entonces formidable cantidad de mil cien guineas a un librero de Amsterdam, para que editase seis únicos ejemplares extracomercio de una autobiografía titulada My Private Life. Trasladadas a letra de imprenta, las cuartillas a mano cupieron en once volúmenes in octavo , cada uno de cuatrocientas páginas aproximadamente. Linotipistas holandeses, poco duchos en la lengua inglesa, agravaron el problable descuido gramatical y ortográfico del manuscrito.
Hasta que Grove Press se decidió a reeditar la obra -empleado dos tomos de gran tamño, ya en 1962-, de los seis ejemplares originales cuatro se hallaban en manos de coleccionistas privados, uno en la biblioteca de Kinsey Institute y otro en la del British Museum. Aunque se supone que el librero de Amsterdam quizá imprimió algunos ejemplares más de los contratados, una obra tan gigantesca como prohibida se conservó intacta durante casi un siglo (no caracterizado desde luego por falta de censores, guerras y otras calamidades para la memoria cultural).
El motivo reside en la obra isma, que Jaime Gil de Biedma considera «el más extenso y prolijo informe jamás escrito sobre la experiencia erótica de un ser humano del sexo masculino». (1) En efecto, además de ofrecer un rico cuadro de la época -precisamente la parte omitida en las novelas de Dickes, Hardy y otros narradores ingleses respetables del momento-, el libro describe en detalle relaciones carnales con unas dos mil mujeres. El dato habla por sí solo. Como ejercicio de la sexualidad en condiciones plenas viene a ocupar unos cuarenta años de la vida, este gentleman conoció (en sentido bíbilico) una mujer nueva cada semana, a una medida de cuatro por mes.
Se trataba de un caballero pudiente, que viajó por toda la tierra, y muchas de sus conocidas fueron rameras. Pero no alcanzó esa cifra movido por algún tipo de compulsión a penetrar y marcharse en seguida, como nuestro Tenorio. Al contrairo, Wlater -pues así se bautiza en el relato- encuentra casi siempre motivos para ahondar sus fantasías lúbricas con cada compañera, y para renovar las relaciones que resultaron satisfactorias. Él mismo refiere que la mujer ya poseída le hacía sentirse más amable «aún». Raro parece ser el caso de que se despidiera sin copular al menos dos veces con cada una de las mujeres nuevas, o alguna de las amadas antiguas. Eso dispara en el doble o el triple de horas -usando un rasero prudente- equivalen a no pocos años enteros. En sus palabras:
Consultando mis notas y diarios íntimos, me doy cuenta de que he poseído a mujeres de veintisiete imperios, reinos o países, de más de ochenta nacionalidades, incluyendo todas las de Europa, salvo Laponia. He follado con negras, mulatas, cuarteronas, griegas, turcas, egipcias, hindúes y otras criaturas completamenta depiladas; incluso he conocido bíblicamente a squaws del Canadá y Estados Unidos, allí donde la civilización no ha penetrado todavía (...) Ojalá pueda seguir vivo para desarrollar hasta el infinito las variaciones del glorioso tema que es la mujer.
Por otra parte, su relato destila franqueza, y un meticuloso afán de veracidad. Para empezar, no menciona lance alguno que roce la proeza viril. Dadas las situaciones, parece probable que la mayoría de los hombres hiciese lo mismo -o hasta más. Lo llamativo es su expedición cotidiana en busca de ocasiones, y el corazón que pone en perseguirlas hasta el final: la sinceridad y continuidad de su deseo. Más que fantasías por cumplir, proyectadas hacia el futuro, su vida le muestra unido a lo concreto actual, a la inmediatez de cada presente, prolongado luego en el recuerdo. Tras amar en términos absolutos a dos regimientos femeninos, su discurso es ante todo realista:
No pretendo pasar por un Hércules en la copulación. Hay sobrados fanfarrones en este campo, pero muchas charlas con médicos y mujeres de la vida me hacen poner en duda esas maravillosas hazañas de las que algunos hombres se jactan.
En realidad, Walter ni siquiera piensa gustar de modo especial al otro sexo; es él quien se halla seducido, y su ingente experiencia viene sólo de consentirse sin hipocresía una pasión que admite sigilo y exactitud, cosa imposible cuando no cuenta con el apoyo del entendimiento. Entonces ¿quién es este sujeto? Un testimonio antiguo -de cierto librero parisino que lo oyó de otro librero- le presenta como capitán de barco, cosa acorde con la amplia variedad de ciudades visitadas. Sin embargo, hallazgos más recientes apuntan a que fue para el resto de la vida civil sir Henry Spencer Ashbee, un magnate del comercio ultramarino, coleccionista de ediciones raras del Quijote, autor de varios relatos sobre viajes a Asia, África y América, amigo de Richar Francis Burton y otros notables de la época, muerto a los sesenta y seis años, que tenía a España por «país favorito» (sufrió un infarto en Burguos a principios de 1900, del cual no se recuperaría satisfactoriamente), y que bajo el seudónimo de Pisanus Fraxi compiló y publicó también los mas exhaustivos catálogos de literatura pornográfica conocidos por el siglo XIXI. (2)
(...)
Más recientemente, junto a la hipótesis de que Walter fuera Ashbee se maneja la de que era en realidad Edward Sellon, un querido amigo suyo. Sea como fuere, la supuesta o real patología de este caballero no necesita conjeturarse, pues todo cuanto podemos saber sobre su carácter se encuentra en sus memoria eróticas. Con sus seis millones de carcateres, esa obra -que se presenta expresamente como «simple relato de hechos y no análisis psicológico»- resulta ser un pozo insondable de psicología. Si, por una u otra razón, la psicología y la sociología no hubiesen ignorado la tarea de analizar cuantitativa y cualitativamente la medida de autoritarismo y libertarismo en temperamentos singulares y grupos -para concentrarse en sondeos y test sobre intención de voto e idoneidad profesional-, quizá podríamos estar más cerca de saber no sólo qué proporción de varones se parecen a anímicamente al autor de My Private Life, sino hasta qué punto algo así depende de lugares y momentos. Faltando semejante ayuda, habremos de conformarnos con examinar su normalidad y anormalidad, su actualidad o anacronismo, a la luz de un solo testimonio. En el segundo prefacio a su libro, escrito sin duda poco antes de morir, nuestro libertino aborda precisamente esta cuestión:
Mi manuscrito no es sino una narración de la vida humana, quizá la vida diaria de miles de seres humanos, si pudiera hacérseles confesar. Al leerlo de principio a fin, me choca la monotonía de la relación con aquellas mujeres que no pertenecían a la clase alegre. ¿Actúan así todos los hombres -besando, engatusando, sugiriendo impudicias, echando un tiento, oliéndose los dedos, asaltando y venciendo, igual que yo? ¿Se ofenden todas las mujeres diciendo «no», después «oh», sonrojándose, enfadándose, cerrando los muslos, resistiéndose, abriéndolos luego y entregándose a su lujuria, como han hecho las mías? Sólo un cónclave de putas que dijeran la verdad y de sacerdotes romanos podría aclarar este punto. ¿Han tenido todos los hombres esas extrañas calenturas que me han embelesado, avanzada la vida, aunque en días tempranos su idea misma me repugnase? Nunca lo sabré; mi experiencia, si se imprime, permitirá quizá a otros comparar, cosa que yo no puedo hacer.
Walter se considera un humilde servidor de la Naturaleza, llama «natural» a todo aquello que alguien hace movido por un impulso interno. No es tan explícitamente filosófico como otros cultivadores del género, pero filosofa aquí y allá. Las controversias ideológicas le traen en cada medida sin cuidado y, salvo alguna ironía dedicada a la Madre Iglesia (4), no desprecia el pudor ni la impudicia (goza de las púdicas por púdicas y de las impúdicas por eso mismo), no sermonea en ningún momento y no se exaspera contra mojigatos o libertinos. Aunque su vocación de sinceridad absoluta le compromete con el lado soez de cada descripción, no encontramos en él rastro alguno de esos largos discursos sobre el vicio y la virtud que, por ejemplo, agobian en la obra de Sade. Las raras veces donde se pone reiterativo coinciden casi siempre con momentos donde no narra acciones, sino reflexiones.
"El lema de Walter: mi cuerpo es mío. Si no pidió nacer, y no va a poder fijar el momento de su muerte, salvo recurriendo a la violencia
del suicidio, lo que hay entre medias queda librado a él. Y lo que a él le gusta es el amor carnal:
Las mujeres han sido el placer de mi vida. Amaba el coño, pero también a quien lo tenía; me gustaba la mujer con quien follaba, y no sólo el coño donde lo hacía".
También goza del confort, comer y beber bien, los viajes, la lectura, vestir apropiadamente... Pero nada le fascina y agita como
«lo relacionado con follar». Creencias religiosas no tiene, aunque tampoco sea un ateo militante y profese un vago deísmo..."
Para Walter (...) el valor erótico está en el prosaísmo sin idealizaciones.
Notas al pié de página
(1) Cfr. «Cualquier vida secreta, o los otros papales del Club Pickwick» en El Pié de la Letra , Barcelona, 1980, pág. 257.volver al texto
(2) Concretamente, tres; el Index Librorum Prohibitorum (1877), el Centuria Librorum Prohibitorum (1879) y la Catena Librorum Tacendorum (1885). El British Museum rechazó en principio la donación de estas colecciones, si bien acabó aceptándola cuando Ashbee condicionó a ello el legado de su excepcional colección sobre Don Quijote. volver al texto
(4) Refiriendose a su primera amante, dice «Si el sacerdote nos hubiera bendecido con los lazos del matrimonio, lo llamarían placer casto de amor y afecto. Como el sacerdote no intervino para nada, supongo que lo llamarán bestial inmoralidad.» Por el primogénito de Ashbee sabemos que le repugnaban las religiones positivas en general, y particularmente el cristianismo. volver al texto
Sobre este texto
Este es un fragmento de la primera parte de "Retrato del Libertino", Por Antonio Escohotado. Espasa Hoy. ISBN 950-852-137-6
por Antonio Escohotado
+ textos y obra de Escohotado
Todos los afectos humanos se generan mediante el acto de la copulación y sus preliminares (...) Las parejas bendecidas con imaginación llevan el acto de follar a la altura del intelecto, haciendo que -en su sensual elevación etérea- la lujuria y el amor se conviertan en un delirio poético (...) Follar es la gran fuente que humaniza al mundo.
La cita corresponde a un victoriano que a finales del siglo XIX ya senecto, pagó de su bolsillo la entonces formidable cantidad de mil cien guineas a un librero de Amsterdam, para que editase seis únicos ejemplares extracomercio de una autobiografía titulada My Private Life. Trasladadas a letra de imprenta, las cuartillas a mano cupieron en once volúmenes in octavo , cada uno de cuatrocientas páginas aproximadamente. Linotipistas holandeses, poco duchos en la lengua inglesa, agravaron el problable descuido gramatical y ortográfico del manuscrito.
Hasta que Grove Press se decidió a reeditar la obra -empleado dos tomos de gran tamño, ya en 1962-, de los seis ejemplares originales cuatro se hallaban en manos de coleccionistas privados, uno en la biblioteca de Kinsey Institute y otro en la del British Museum. Aunque se supone que el librero de Amsterdam quizá imprimió algunos ejemplares más de los contratados, una obra tan gigantesca como prohibida se conservó intacta durante casi un siglo (no caracterizado desde luego por falta de censores, guerras y otras calamidades para la memoria cultural).
El motivo reside en la obra isma, que Jaime Gil de Biedma considera «el más extenso y prolijo informe jamás escrito sobre la experiencia erótica de un ser humano del sexo masculino». (1) En efecto, además de ofrecer un rico cuadro de la época -precisamente la parte omitida en las novelas de Dickes, Hardy y otros narradores ingleses respetables del momento-, el libro describe en detalle relaciones carnales con unas dos mil mujeres. El dato habla por sí solo. Como ejercicio de la sexualidad en condiciones plenas viene a ocupar unos cuarenta años de la vida, este gentleman conoció (en sentido bíbilico) una mujer nueva cada semana, a una medida de cuatro por mes.
Se trataba de un caballero pudiente, que viajó por toda la tierra, y muchas de sus conocidas fueron rameras. Pero no alcanzó esa cifra movido por algún tipo de compulsión a penetrar y marcharse en seguida, como nuestro Tenorio. Al contrairo, Wlater -pues así se bautiza en el relato- encuentra casi siempre motivos para ahondar sus fantasías lúbricas con cada compañera, y para renovar las relaciones que resultaron satisfactorias. Él mismo refiere que la mujer ya poseída le hacía sentirse más amable «aún». Raro parece ser el caso de que se despidiera sin copular al menos dos veces con cada una de las mujeres nuevas, o alguna de las amadas antiguas. Eso dispara en el doble o el triple de horas -usando un rasero prudente- equivalen a no pocos años enteros. En sus palabras:
Consultando mis notas y diarios íntimos, me doy cuenta de que he poseído a mujeres de veintisiete imperios, reinos o países, de más de ochenta nacionalidades, incluyendo todas las de Europa, salvo Laponia. He follado con negras, mulatas, cuarteronas, griegas, turcas, egipcias, hindúes y otras criaturas completamenta depiladas; incluso he conocido bíblicamente a squaws del Canadá y Estados Unidos, allí donde la civilización no ha penetrado todavía (...) Ojalá pueda seguir vivo para desarrollar hasta el infinito las variaciones del glorioso tema que es la mujer.
Por otra parte, su relato destila franqueza, y un meticuloso afán de veracidad. Para empezar, no menciona lance alguno que roce la proeza viril. Dadas las situaciones, parece probable que la mayoría de los hombres hiciese lo mismo -o hasta más. Lo llamativo es su expedición cotidiana en busca de ocasiones, y el corazón que pone en perseguirlas hasta el final: la sinceridad y continuidad de su deseo. Más que fantasías por cumplir, proyectadas hacia el futuro, su vida le muestra unido a lo concreto actual, a la inmediatez de cada presente, prolongado luego en el recuerdo. Tras amar en términos absolutos a dos regimientos femeninos, su discurso es ante todo realista:
No pretendo pasar por un Hércules en la copulación. Hay sobrados fanfarrones en este campo, pero muchas charlas con médicos y mujeres de la vida me hacen poner en duda esas maravillosas hazañas de las que algunos hombres se jactan.
En realidad, Walter ni siquiera piensa gustar de modo especial al otro sexo; es él quien se halla seducido, y su ingente experiencia viene sólo de consentirse sin hipocresía una pasión que admite sigilo y exactitud, cosa imposible cuando no cuenta con el apoyo del entendimiento. Entonces ¿quién es este sujeto? Un testimonio antiguo -de cierto librero parisino que lo oyó de otro librero- le presenta como capitán de barco, cosa acorde con la amplia variedad de ciudades visitadas. Sin embargo, hallazgos más recientes apuntan a que fue para el resto de la vida civil sir Henry Spencer Ashbee, un magnate del comercio ultramarino, coleccionista de ediciones raras del Quijote, autor de varios relatos sobre viajes a Asia, África y América, amigo de Richar Francis Burton y otros notables de la época, muerto a los sesenta y seis años, que tenía a España por «país favorito» (sufrió un infarto en Burguos a principios de 1900, del cual no se recuperaría satisfactoriamente), y que bajo el seudónimo de Pisanus Fraxi compiló y publicó también los mas exhaustivos catálogos de literatura pornográfica conocidos por el siglo XIXI. (2)
(...)
Más recientemente, junto a la hipótesis de que Walter fuera Ashbee se maneja la de que era en realidad Edward Sellon, un querido amigo suyo. Sea como fuere, la supuesta o real patología de este caballero no necesita conjeturarse, pues todo cuanto podemos saber sobre su carácter se encuentra en sus memoria eróticas. Con sus seis millones de carcateres, esa obra -que se presenta expresamente como «simple relato de hechos y no análisis psicológico»- resulta ser un pozo insondable de psicología. Si, por una u otra razón, la psicología y la sociología no hubiesen ignorado la tarea de analizar cuantitativa y cualitativamente la medida de autoritarismo y libertarismo en temperamentos singulares y grupos -para concentrarse en sondeos y test sobre intención de voto e idoneidad profesional-, quizá podríamos estar más cerca de saber no sólo qué proporción de varones se parecen a anímicamente al autor de My Private Life, sino hasta qué punto algo así depende de lugares y momentos. Faltando semejante ayuda, habremos de conformarnos con examinar su normalidad y anormalidad, su actualidad o anacronismo, a la luz de un solo testimonio. En el segundo prefacio a su libro, escrito sin duda poco antes de morir, nuestro libertino aborda precisamente esta cuestión:
Mi manuscrito no es sino una narración de la vida humana, quizá la vida diaria de miles de seres humanos, si pudiera hacérseles confesar. Al leerlo de principio a fin, me choca la monotonía de la relación con aquellas mujeres que no pertenecían a la clase alegre. ¿Actúan así todos los hombres -besando, engatusando, sugiriendo impudicias, echando un tiento, oliéndose los dedos, asaltando y venciendo, igual que yo? ¿Se ofenden todas las mujeres diciendo «no», después «oh», sonrojándose, enfadándose, cerrando los muslos, resistiéndose, abriéndolos luego y entregándose a su lujuria, como han hecho las mías? Sólo un cónclave de putas que dijeran la verdad y de sacerdotes romanos podría aclarar este punto. ¿Han tenido todos los hombres esas extrañas calenturas que me han embelesado, avanzada la vida, aunque en días tempranos su idea misma me repugnase? Nunca lo sabré; mi experiencia, si se imprime, permitirá quizá a otros comparar, cosa que yo no puedo hacer.
Walter se considera un humilde servidor de la Naturaleza, llama «natural» a todo aquello que alguien hace movido por un impulso interno. No es tan explícitamente filosófico como otros cultivadores del género, pero filosofa aquí y allá. Las controversias ideológicas le traen en cada medida sin cuidado y, salvo alguna ironía dedicada a la Madre Iglesia (4), no desprecia el pudor ni la impudicia (goza de las púdicas por púdicas y de las impúdicas por eso mismo), no sermonea en ningún momento y no se exaspera contra mojigatos o libertinos. Aunque su vocación de sinceridad absoluta le compromete con el lado soez de cada descripción, no encontramos en él rastro alguno de esos largos discursos sobre el vicio y la virtud que, por ejemplo, agobian en la obra de Sade. Las raras veces donde se pone reiterativo coinciden casi siempre con momentos donde no narra acciones, sino reflexiones.
"El lema de Walter: mi cuerpo es mío. Si no pidió nacer, y no va a poder fijar el momento de su muerte, salvo recurriendo a la violencia
del suicidio, lo que hay entre medias queda librado a él. Y lo que a él le gusta es el amor carnal:
Las mujeres han sido el placer de mi vida. Amaba el coño, pero también a quien lo tenía; me gustaba la mujer con quien follaba, y no sólo el coño donde lo hacía".
También goza del confort, comer y beber bien, los viajes, la lectura, vestir apropiadamente... Pero nada le fascina y agita como
«lo relacionado con follar». Creencias religiosas no tiene, aunque tampoco sea un ateo militante y profese un vago deísmo..."
Para Walter (...) el valor erótico está en el prosaísmo sin idealizaciones.
Notas al pié de página
(1) Cfr. «Cualquier vida secreta, o los otros papales del Club Pickwick» en El Pié de la Letra , Barcelona, 1980, pág. 257.volver al texto
(2) Concretamente, tres; el Index Librorum Prohibitorum (1877), el Centuria Librorum Prohibitorum (1879) y la Catena Librorum Tacendorum (1885). El British Museum rechazó en principio la donación de estas colecciones, si bien acabó aceptándola cuando Ashbee condicionó a ello el legado de su excepcional colección sobre Don Quijote. volver al texto
(4) Refiriendose a su primera amante, dice «Si el sacerdote nos hubiera bendecido con los lazos del matrimonio, lo llamarían placer casto de amor y afecto. Como el sacerdote no intervino para nada, supongo que lo llamarán bestial inmoralidad.» Por el primogénito de Ashbee sabemos que le repugnaban las religiones positivas en general, y particularmente el cristianismo. volver al texto
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Este es un fragmento de la primera parte de "Retrato del Libertino", Por Antonio Escohotado. Espasa Hoy. ISBN 950-852-137-6
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