Los sueños lucidos y su importancia
Por Alejandro Jodorowski
Nota: en los comentarios de este artículo se ha generado una interesante discusión. click para leer
Yo tuve la suerte de tener mi primer sueño lúcido a los diecisiete años. En ese sueño yo estaba en un cine en el que se proyectaba una película de dibujos animados digna de Dalí. De pronto me vi sentado en el centro de la sala y supe que estaba soñando. Miré hacia la salida, pero, como no era más que un adolescente carente de toda cultura espiritual o psicoanalítica, pensé: “Si cruzo esa puerta, entraré en otro mundo y moriré”, ¡Y sentí pánico! Mi única solución era despertarme, por lo que hice enormes esfuerzos para salir del sueño, hasta el momento en que sentí que ascendía desde las profundidades hacia mi cuerpo, que parecía estar situado en la superficie. Me reintegré a mi envoltura y desperté. Así fue mi primera experiencia, y me pareció francamente aterradora. A partir de entonces empecé a familiarizarme poco a poco con el sueño lúcido.
En algún punto comencé dirigiendo un juego. Me decía: “Quiero ver pasar elefantes en África”. Y a los pocos segundos estaba en África, viendo pasar una manada de elefantes. Podía cambiar de decorado, desear ir al Polo Sur y luego ver miles de pingüinos... Esto me producía tanta felicidad que acababa por despertarme. Después he experimentado todo tipo de vivencias sobre mí mismo. Una vez quise saber qué era morir: me arrojé desde lo alto de un edificio y me estrellé contra el suelo. Inmediatamente, me encontré vivo en otro cuerpo, entre la multitud que miraba el cadáver del suicida. Así descubrí que el cerebro desconoce la muerte.
Otra ves decidí dejarme poseer por un dios mítico... Después me dediqué a realizar deseos no alcanzados en el estado de vigilia, especialmente deseos sexuales, por supuesto... En sueños me entregué a orgías fantásticas con mujeres semihumanas, semipanteras... Aquí quisiera insistir en un punto: antes de lograr el sueño lúcido, en el que yo controlaba las imágenes, tenía que vencer una serie de obstáculos que aparecían como otras tantas pruebas de iniciación. Sólo una vez superados merecía el derecho de ser dueño y señor de mis sueños. Este pasaje, extraído de mi cuaderno, muestra bien este aspecto del proceso:
“Estoy en un mundo industrial, sin naturaleza, únicamente compuesto por inmuebles. Es una frontera, no tengo documentos de identidad. Tres soldados me impiden el paso. Salto la barrera y echo a correr, perseguido por los militares. Tras abrir las puertas de un garage, me encuentro frente a un pozo de miles de kilómetros de profundidad. Al borde de ese abismo, me doy cuenta de que estoy soñando. Los perseguidores han dejado de existir. Decido arrojarme al fondo, sabiendo ya que nada puede ocurrirme. Salto y caigo a gran velocidad. No siento miedo. Siento el deseo de detener la caída. La caída cesa. En la pared aparece una puerta. Entro y ahora estoy en el pórtico de una catedral. Comprendo que tengo el poder mágico de hacer surgir ante mis ojos lo que yo quiera. Entonces siento el deseo de realizar una experiencia erótica. Creo tres mujeres-bestia, mitad panteras, mitad hembras humanas, que están en cuclillas o a cuatro patas. Beso a una en la boca, y sus labios largos parecen ninfas de vulva. Pruebo a introducirles mi dedo índice en el ano, bajo la cola. Poseo a una mientras las otras me arañan de modo agradable y trato de llegar a un orgasmo. Pero inevitablemente dejo de estar lúcido, y el sueño me absorbe y, finalmente, se transforma en pesadilla. Despierto con palpitaciones...”
En estas experiencias la dimensión iniciática está en que, en el momento que empezaba a hacer el amor con esas mujeres animales, el deseo se apoderaba de mí haciendo que perdiera la lucidez y el sueño escapara a mi control. Olvidaba que estaba soñando. Me pasaba lo mismo con la riqueza. Cuando me dejaba fascinar por el dinero o el poder, mi sueño dejaba de ser lúcido. Cada vez que trataba de satisfacer mis pasiones humanas, el guión me absorbía y perdía la lucidez. En el momento en que pedía cosas individuales, me sumía en el sueño y consecuentemente perdía la lucidez. Volvía a meterme dentro de un sueño ingobernable. Fue un gran aprendizaje: comprendí finalmente que, en la vida como en el sueño, para permanecer lúcido es necesario distanciarse, no identificarse con la acción. Es un viejo principio espiritual que el sueño lúcido me hizo recordar. El deseo y el miedo son las dos caras de nuestra identificación, así lo afirman todas las tradiciones.
El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un tiempo en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en el desierto y desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un ente psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en sudor... Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: “De acuerdo, voy a dejar de querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme.” El ente se acercó y, de repente, desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme plácidamente. Entonces comprendí que somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento que dejamos de combatirlo. Es una de las enseñanzas clásicas del sueño lúcido. Varias veces he logrado controlar el miedo al tránsito final atravesando mi propia muerte...
He hecho un gran esfuerzo por mantenerme fiel día a día a lo que me era permitido comprender en sueños. Porque, ¿de qué sirve recibir enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras ante las dificultades cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no adquiere todas su fuerza transformadora, hasta el momento en que es aplicada...
Aprendí que en mi vida diaria no tenía por qué dejarme atrapar en un marco. La realidad cotidiana no es rígida, o no lo es más que en nuestra mente, en el concepto que tenemos de ella. Si nos sentimos atados, cansados de movernos siempre dentro del mismo entorno, ¡tenemos la facultad de cambiar! ¿Quién dice que es imposible? El sueño lúcido me enseñó a moverme por el interior de una realidad dúctil en la que siempre puede producirse cualquier mutación, cualquier transformación... Creo verdaderamente en la magia de la vida... puedo afirmar que mi vida está en consonancia con mis sueños más fantásticos... Ahora bien, para que esta magia sea efectiva, cada cual debe cultivar en sí mismo cierta cantidad de virtudes que pueden parecer contradictorias en principio: inocencia, autodominio, fe, valentía... Poner en movimiento esta máxima exige mucha audacia, también pureza y un profundo trabajo con uno mismo. Tengo que insistir en que yo he consagrado mi existencia a perfeccionarme, a conocerme, a hacerme accesible interiormente. En imprescindible no abandonar en ningún momento la disciplina, sin la cual este enfoque de la realidad no sería más que una ilusión. ¡La vida no está ahí para satisfacer los deseos del primer perezoso que se presente! La vida no te corresponde sino en la medida en que te entregas a ellas y te esfuerzas por superar tu egocentrismo...
En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana: cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y sentirla como un gran patio de recreo. Si no consigues distanciarte, la vida puede convertirse en un callejón sin salida. Así pues, paradójicamente el sueño me ha enseñado a velar, a mantener el hilo de la existencia, una corriente de lucidez, incluso a costa de grandes esfuerzos...
De este sueño inconsciente que suele ser nuestra vida hay que hacer un sueño lúcido. Hubo un tiempo en que, antes de dormir, tenía la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del día. Visualizaba la película de mi jornada, primero de principio a fin y, después, a la inversa, según el consejo de un viejo libro de magia. Esta práctica de la “marcha atrás” tenía el efecto de permitir ubicarme a cierta distancia de los sucesos del día. Después de haber analizado, juzgado y tomado partido, en el próximo examen volvía a repasar el día en sentido inverso y entonces me encontraba distanciado. La realidad así captada presenta las mismas características que un sueño lúcido. ¡Entonces me di cuenta de que, al igual que todo el mundo, en buena medida yo soñaba mi vida! El acto de pasar revista a la jornada por la noche equivalía a la práctica de rememorar mis sueños por la mañana.
El sólo hecho de acordarme de un sueño es ya como organizarlo. Yo no veo el sueño completo, sino aquello que he seleccionado de él. Análogamente, al repasar las últimas veinticuatro horas, no tengo acceso a todos los actos del día, sino a los que he retenido. Esta selección constituye ya una interpretación sobre la cual baso luego mis juicios y apreciaciones. Para hacernos más concientes, podremos empezar por distinguir nuestra percepción subjetiva del día de aquello que constituye su realidad objetiva. Cuando ya hemos dejado de confundirlas, somos capaces de asistir como espectadores al desarrollo de la jornada, sin dejarnos influir por juicios y apreciaciones. Desde esta actitud de testigo se puede interpretar la vida como se interpreta un sueño...
Extractos del capítulo “El Acto Onírico”, del libro Psicomagia de Alejandro Jodorowsky, Ed. Siruela, 2004
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Yo tuve la suerte de tener mi primer sueño lúcido a los diecisiete años. En ese sueño yo estaba en un cine en el que se proyectaba una película de dibujos animados digna de Dalí. De pronto me vi sentado en el centro de la sala y supe que estaba soñando. Miré hacia la salida, pero, como no era más que un adolescente carente de toda cultura espiritual o psicoanalítica, pensé: “Si cruzo esa puerta, entraré en otro mundo y moriré”, ¡Y sentí pánico! Mi única solución era despertarme, por lo que hice enormes esfuerzos para salir del sueño, hasta el momento en que sentí que ascendía desde las profundidades hacia mi cuerpo, que parecía estar situado en la superficie. Me reintegré a mi envoltura y desperté. Así fue mi primera experiencia, y me pareció francamente aterradora. A partir de entonces empecé a familiarizarme poco a poco con el sueño lúcido.
En algún punto comencé dirigiendo un juego. Me decía: “Quiero ver pasar elefantes en África”. Y a los pocos segundos estaba en África, viendo pasar una manada de elefantes. Podía cambiar de decorado, desear ir al Polo Sur y luego ver miles de pingüinos... Esto me producía tanta felicidad que acababa por despertarme. Después he experimentado todo tipo de vivencias sobre mí mismo. Una vez quise saber qué era morir: me arrojé desde lo alto de un edificio y me estrellé contra el suelo. Inmediatamente, me encontré vivo en otro cuerpo, entre la multitud que miraba el cadáver del suicida. Así descubrí que el cerebro desconoce la muerte.
Otra ves decidí dejarme poseer por un dios mítico... Después me dediqué a realizar deseos no alcanzados en el estado de vigilia, especialmente deseos sexuales, por supuesto... En sueños me entregué a orgías fantásticas con mujeres semihumanas, semipanteras... Aquí quisiera insistir en un punto: antes de lograr el sueño lúcido, en el que yo controlaba las imágenes, tenía que vencer una serie de obstáculos que aparecían como otras tantas pruebas de iniciación. Sólo una vez superados merecía el derecho de ser dueño y señor de mis sueños. Este pasaje, extraído de mi cuaderno, muestra bien este aspecto del proceso:
“Estoy en un mundo industrial, sin naturaleza, únicamente compuesto por inmuebles. Es una frontera, no tengo documentos de identidad. Tres soldados me impiden el paso. Salto la barrera y echo a correr, perseguido por los militares. Tras abrir las puertas de un garage, me encuentro frente a un pozo de miles de kilómetros de profundidad. Al borde de ese abismo, me doy cuenta de que estoy soñando. Los perseguidores han dejado de existir. Decido arrojarme al fondo, sabiendo ya que nada puede ocurrirme. Salto y caigo a gran velocidad. No siento miedo. Siento el deseo de detener la caída. La caída cesa. En la pared aparece una puerta. Entro y ahora estoy en el pórtico de una catedral. Comprendo que tengo el poder mágico de hacer surgir ante mis ojos lo que yo quiera. Entonces siento el deseo de realizar una experiencia erótica. Creo tres mujeres-bestia, mitad panteras, mitad hembras humanas, que están en cuclillas o a cuatro patas. Beso a una en la boca, y sus labios largos parecen ninfas de vulva. Pruebo a introducirles mi dedo índice en el ano, bajo la cola. Poseo a una mientras las otras me arañan de modo agradable y trato de llegar a un orgasmo. Pero inevitablemente dejo de estar lúcido, y el sueño me absorbe y, finalmente, se transforma en pesadilla. Despierto con palpitaciones...”
En estas experiencias la dimensión iniciática está en que, en el momento que empezaba a hacer el amor con esas mujeres animales, el deseo se apoderaba de mí haciendo que perdiera la lucidez y el sueño escapara a mi control. Olvidaba que estaba soñando. Me pasaba lo mismo con la riqueza. Cuando me dejaba fascinar por el dinero o el poder, mi sueño dejaba de ser lúcido. Cada vez que trataba de satisfacer mis pasiones humanas, el guión me absorbía y perdía la lucidez. En el momento en que pedía cosas individuales, me sumía en el sueño y consecuentemente perdía la lucidez. Volvía a meterme dentro de un sueño ingobernable. Fue un gran aprendizaje: comprendí finalmente que, en la vida como en el sueño, para permanecer lúcido es necesario distanciarse, no identificarse con la acción. Es un viejo principio espiritual que el sueño lúcido me hizo recordar. El deseo y el miedo son las dos caras de nuestra identificación, así lo afirman todas las tradiciones.
El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un tiempo en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en el desierto y desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un ente psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en sudor... Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: “De acuerdo, voy a dejar de querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme.” El ente se acercó y, de repente, desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme plácidamente. Entonces comprendí que somos nosotros mismos quienes alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su fuerza en el momento que dejamos de combatirlo. Es una de las enseñanzas clásicas del sueño lúcido. Varias veces he logrado controlar el miedo al tránsito final atravesando mi propia muerte...
He hecho un gran esfuerzo por mantenerme fiel día a día a lo que me era permitido comprender en sueños. Porque, ¿de qué sirve recibir enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras ante las dificultades cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no adquiere todas su fuerza transformadora, hasta el momento en que es aplicada...
Aprendí que en mi vida diaria no tenía por qué dejarme atrapar en un marco. La realidad cotidiana no es rígida, o no lo es más que en nuestra mente, en el concepto que tenemos de ella. Si nos sentimos atados, cansados de movernos siempre dentro del mismo entorno, ¡tenemos la facultad de cambiar! ¿Quién dice que es imposible? El sueño lúcido me enseñó a moverme por el interior de una realidad dúctil en la que siempre puede producirse cualquier mutación, cualquier transformación... Creo verdaderamente en la magia de la vida... puedo afirmar que mi vida está en consonancia con mis sueños más fantásticos... Ahora bien, para que esta magia sea efectiva, cada cual debe cultivar en sí mismo cierta cantidad de virtudes que pueden parecer contradictorias en principio: inocencia, autodominio, fe, valentía... Poner en movimiento esta máxima exige mucha audacia, también pureza y un profundo trabajo con uno mismo. Tengo que insistir en que yo he consagrado mi existencia a perfeccionarme, a conocerme, a hacerme accesible interiormente. En imprescindible no abandonar en ningún momento la disciplina, sin la cual este enfoque de la realidad no sería más que una ilusión. ¡La vida no está ahí para satisfacer los deseos del primer perezoso que se presente! La vida no te corresponde sino en la medida en que te entregas a ellas y te esfuerzas por superar tu egocentrismo...
En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana: cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y sentirla como un gran patio de recreo. Si no consigues distanciarte, la vida puede convertirse en un callejón sin salida. Así pues, paradójicamente el sueño me ha enseñado a velar, a mantener el hilo de la existencia, una corriente de lucidez, incluso a costa de grandes esfuerzos...
De este sueño inconsciente que suele ser nuestra vida hay que hacer un sueño lúcido. Hubo un tiempo en que, antes de dormir, tenía la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del día. Visualizaba la película de mi jornada, primero de principio a fin y, después, a la inversa, según el consejo de un viejo libro de magia. Esta práctica de la “marcha atrás” tenía el efecto de permitir ubicarme a cierta distancia de los sucesos del día. Después de haber analizado, juzgado y tomado partido, en el próximo examen volvía a repasar el día en sentido inverso y entonces me encontraba distanciado. La realidad así captada presenta las mismas características que un sueño lúcido. ¡Entonces me di cuenta de que, al igual que todo el mundo, en buena medida yo soñaba mi vida! El acto de pasar revista a la jornada por la noche equivalía a la práctica de rememorar mis sueños por la mañana.
El sólo hecho de acordarme de un sueño es ya como organizarlo. Yo no veo el sueño completo, sino aquello que he seleccionado de él. Análogamente, al repasar las últimas veinticuatro horas, no tengo acceso a todos los actos del día, sino a los que he retenido. Esta selección constituye ya una interpretación sobre la cual baso luego mis juicios y apreciaciones. Para hacernos más concientes, podremos empezar por distinguir nuestra percepción subjetiva del día de aquello que constituye su realidad objetiva. Cuando ya hemos dejado de confundirlas, somos capaces de asistir como espectadores al desarrollo de la jornada, sin dejarnos influir por juicios y apreciaciones. Desde esta actitud de testigo se puede interpretar la vida como se interpreta un sueño...
Extractos del capítulo “El Acto Onírico”, del libro Psicomagia de Alejandro Jodorowsky, Ed. Siruela, 2004
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