Una nota de Pagina 12 sobre los tatuajes tumberos (carcelarios, de las carceles); la policia investiga los tatuajes en el universo carcelario... ¿el positivismo autoritario de la mano de las fuerzas represivas?
El polémico trabajo es llevado a cabo por el coordinador del Programa Nacional de Criminalística, con la idea de ponerlo a disposición de jueces y fiscales. Dicen que apunta a “esclarecer y prevenir” delitos. Los penalistas lo cuestionan, pues puede contribuir a “la tendencia de agravar las penas sobre la base de una supuesta peligrosidad que no tiene que ver con el delito cometido”.
Por Alejandra Dandan
Si no lo detienen el proyecto quedará convertido en algún tiempo en un manual de tatuajes tumberos a disposición de jueces y fiscales. La idea forma parte de una investigación que desarrollan desde hace dos años en unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires y de Santiago del Estero tres hombres de la Policía Científica, bajo la dirección de Eloy Torales, coordinador del Programa Nacional de Criminalística, dependiente del Ministerio de Justicia. Registran tatuajes de los detenidos en imágenes destinadas a integrar una base de datos con los símbolos y sus supuestos significados. Según Torales, los tatuajes no sólo son un lenguaje de comunicación entre detenidos sino una herramienta para esclarecer y prevenir delitos. Los penalistas consultados por Página/12 sostienen que se trata de “un disparate pre positivista”, “un atentado contra la cultura jurídica” y “algo muy peligroso, porque contribuye a la tendencia que busca agravar las penas sobre la base de una peligrosidad que no tiene que ver con el delito que se cometió”.
A primera vista, parece un interesante proyecto antropológico. Eloy Torales, considerado un experto en materia criminal, lo presenta como un trabajo de campo acotado al universo penitenciario. “Así como podríamos haber elegido a los rockeros o los músicos, elegimos el universo carcelario: la interpretación del tatuaje es un elemento que me sirve a mí en la investigación.”
El sinuoso trabajo de campo comenzó hace dos años en la penitenciaría de Junín, continuó en Sierra Chica, en la unidad penal de la Colonia Open Door y en una cárcel de Santiago del Estero. Los policías se trasladaron para buscar allí diferencias de tipo territoriales entre los penales. Con el mismo criterio consideran visitar unidades de otras provincias, países limítrofes y hasta en el extranjero.
Hasta ahora lograron 300 fotografías, 100 de las cuales fueron seleccionadas para la presentación del proyecto realizada la semana pasada. “Vimos que los tatuajes se repetían entre los detenidos, que los usan como un lenguaje. Esto es antiquísimo, viene de la época en la que no se les permitía hablar dentro de las cárceles. Surgieron ante la necesidad de los silencios o como una forma de evitar que los interpreten los guardiácarceles.”
Ese fascinante mundo de los códigos tumberos está siendo clasificado y ordenado como las palabras de un diccionario. Uno de los tatuajes que más los ha conmovido es el denominado “corazón valiente”: “Es un corazón que muchas veces está atravesado por una daga, eso quiere decir que la mujer del detenido se ha prostituido mientras él está adentro. El lo acepta pero le duele”. Torales cuenta que uno de los tatuados con esa marca salió en libertad y tres días después mató a su pareja. Para el investigador, el crimen estaba anticipado en el dibujo: “Tenía el corazón con una rosa y un puñal clavado”.
Torales advierte que sobre un mismo dibujo puede haber distintas interpretaciones. Se ha dado cuenta, por ejemplo, que el clásico tatuaje de cinco puntos negros puede significar una muerte de policía en la mano derecha o una amenaza si está en la izquierda. Un encierro si está en la espalda o en la panza. Y además que, como otros símbolos, cambian de sentido de acuerdo con viejas o nuevas prácticas o generaciones tumberas. Por esa razón, sostiene que hay que “tener cuidado con las interpretaciones”, pero al mismo tiempo las propone como parte de un diccionario guía de casos judiciales. “Una marihuana con una calavera –dice, por ejemplo– significa que el que la lleva puede llegar a matar para conseguir droga.”
El proyecto nació con un objetivo: “La identificación física humana a partir del tatuaje, que es único como las huellas digitales”, explica Torales. Así, puede ser un método para identificar a un NN, un muerto en un accidente de tránsito o un violador. En este momento, los gabinetes criminalísticos de todo el país ya registran los tatuajes “en una base dedatos que contiene huellas digitales y fotografías de la cara y cicatrices de los detenidos”. Los resultados de su investigación, en cambio, serán compilados en un manual de consulta libre destinado a jueces y fiscales: “Para investigar hechos delictivos; de qué manera fue hecho un tatuaje en la cárcel, para que ellos tengan un dato más de la persona que tienen enfrente. Y que ellos le den la importancia que tengan que darle, en el marco de una investigación”.
Pero esa lógica y los alcances fueron criticados por dos penalistas consultados por este diario. Para Leopoldo Schifrin, juez de la Cámara Federal de La Plata, el proyecto es “medieval, un disparate”. Después de advertir que “no sólo no lo admito sino que denunciaría a quien me venga a traer ese manual”, el camarista aceptó que ese método no “se relaciona con la lógica de búsqueda de la prueba penal sino con la de un pronosticador de conductas prepositivistas”. A fines del XIX, “con los rasgos fisonómicos y anatómicos se determinaba si una persona tenía tendencia criminal para pronosticar qué delitos podría cometer. Pero los positivistas, por lo menos, se basaban en la fisiología anatómica. Acá se pretende que signos que se han hecho grabar en la piel, expliquen la psiquis del sujeto y puedan prever lo que puede llegar a ocurrir”, explicó a Página/12.
Con tanto resquemor como Schifrin, el ex juez penal Julio Virgolini tiene la sensación, dice, “de que el proyecto sigue la corriente positivista de la criminología previa incluso a (Cesare) Lombroso”. Ex juez, criminólogo, abogado y docente de Derecho en la UBA, considera que la prueba penal de los tatuajes “es importante pero hacia atrás, para preguntarse por qué la persona hizo tal cosa. Pero no para adelante, porque es peligrosísimo, porque contribuye con la tendencia que busca agravar las penas. A la criminalística –sentencia– esto no lo sirve”.
El polémico trabajo es llevado a cabo por el coordinador del Programa Nacional de Criminalística, con la idea de ponerlo a disposición de jueces y fiscales. Dicen que apunta a “esclarecer y prevenir” delitos. Los penalistas lo cuestionan, pues puede contribuir a “la tendencia de agravar las penas sobre la base de una supuesta peligrosidad que no tiene que ver con el delito cometido”.
Por Alejandra Dandan
Si no lo detienen el proyecto quedará convertido en algún tiempo en un manual de tatuajes tumberos a disposición de jueces y fiscales. La idea forma parte de una investigación que desarrollan desde hace dos años en unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires y de Santiago del Estero tres hombres de la Policía Científica, bajo la dirección de Eloy Torales, coordinador del Programa Nacional de Criminalística, dependiente del Ministerio de Justicia. Registran tatuajes de los detenidos en imágenes destinadas a integrar una base de datos con los símbolos y sus supuestos significados. Según Torales, los tatuajes no sólo son un lenguaje de comunicación entre detenidos sino una herramienta para esclarecer y prevenir delitos. Los penalistas consultados por Página/12 sostienen que se trata de “un disparate pre positivista”, “un atentado contra la cultura jurídica” y “algo muy peligroso, porque contribuye a la tendencia que busca agravar las penas sobre la base de una peligrosidad que no tiene que ver con el delito que se cometió”.
A primera vista, parece un interesante proyecto antropológico. Eloy Torales, considerado un experto en materia criminal, lo presenta como un trabajo de campo acotado al universo penitenciario. “Así como podríamos haber elegido a los rockeros o los músicos, elegimos el universo carcelario: la interpretación del tatuaje es un elemento que me sirve a mí en la investigación.”
El sinuoso trabajo de campo comenzó hace dos años en la penitenciaría de Junín, continuó en Sierra Chica, en la unidad penal de la Colonia Open Door y en una cárcel de Santiago del Estero. Los policías se trasladaron para buscar allí diferencias de tipo territoriales entre los penales. Con el mismo criterio consideran visitar unidades de otras provincias, países limítrofes y hasta en el extranjero.
Hasta ahora lograron 300 fotografías, 100 de las cuales fueron seleccionadas para la presentación del proyecto realizada la semana pasada. “Vimos que los tatuajes se repetían entre los detenidos, que los usan como un lenguaje. Esto es antiquísimo, viene de la época en la que no se les permitía hablar dentro de las cárceles. Surgieron ante la necesidad de los silencios o como una forma de evitar que los interpreten los guardiácarceles.”
Ese fascinante mundo de los códigos tumberos está siendo clasificado y ordenado como las palabras de un diccionario. Uno de los tatuajes que más los ha conmovido es el denominado “corazón valiente”: “Es un corazón que muchas veces está atravesado por una daga, eso quiere decir que la mujer del detenido se ha prostituido mientras él está adentro. El lo acepta pero le duele”. Torales cuenta que uno de los tatuados con esa marca salió en libertad y tres días después mató a su pareja. Para el investigador, el crimen estaba anticipado en el dibujo: “Tenía el corazón con una rosa y un puñal clavado”.
Torales advierte que sobre un mismo dibujo puede haber distintas interpretaciones. Se ha dado cuenta, por ejemplo, que el clásico tatuaje de cinco puntos negros puede significar una muerte de policía en la mano derecha o una amenaza si está en la izquierda. Un encierro si está en la espalda o en la panza. Y además que, como otros símbolos, cambian de sentido de acuerdo con viejas o nuevas prácticas o generaciones tumberas. Por esa razón, sostiene que hay que “tener cuidado con las interpretaciones”, pero al mismo tiempo las propone como parte de un diccionario guía de casos judiciales. “Una marihuana con una calavera –dice, por ejemplo– significa que el que la lleva puede llegar a matar para conseguir droga.”
El proyecto nació con un objetivo: “La identificación física humana a partir del tatuaje, que es único como las huellas digitales”, explica Torales. Así, puede ser un método para identificar a un NN, un muerto en un accidente de tránsito o un violador. En este momento, los gabinetes criminalísticos de todo el país ya registran los tatuajes “en una base dedatos que contiene huellas digitales y fotografías de la cara y cicatrices de los detenidos”. Los resultados de su investigación, en cambio, serán compilados en un manual de consulta libre destinado a jueces y fiscales: “Para investigar hechos delictivos; de qué manera fue hecho un tatuaje en la cárcel, para que ellos tengan un dato más de la persona que tienen enfrente. Y que ellos le den la importancia que tengan que darle, en el marco de una investigación”.
Pero esa lógica y los alcances fueron criticados por dos penalistas consultados por este diario. Para Leopoldo Schifrin, juez de la Cámara Federal de La Plata, el proyecto es “medieval, un disparate”. Después de advertir que “no sólo no lo admito sino que denunciaría a quien me venga a traer ese manual”, el camarista aceptó que ese método no “se relaciona con la lógica de búsqueda de la prueba penal sino con la de un pronosticador de conductas prepositivistas”. A fines del XIX, “con los rasgos fisonómicos y anatómicos se determinaba si una persona tenía tendencia criminal para pronosticar qué delitos podría cometer. Pero los positivistas, por lo menos, se basaban en la fisiología anatómica. Acá se pretende que signos que se han hecho grabar en la piel, expliquen la psiquis del sujeto y puedan prever lo que puede llegar a ocurrir”, explicó a Página/12.
Con tanto resquemor como Schifrin, el ex juez penal Julio Virgolini tiene la sensación, dice, “de que el proyecto sigue la corriente positivista de la criminología previa incluso a (Cesare) Lombroso”. Ex juez, criminólogo, abogado y docente de Derecho en la UBA, considera que la prueba penal de los tatuajes “es importante pero hacia atrás, para preguntarse por qué la persona hizo tal cosa. Pero no para adelante, porque es peligrosísimo, porque contribuye con la tendencia que busca agravar las penas. A la criminalística –sentencia– esto no lo sirve”.
es una mierda
ResponderEliminarcon pecas toda con grumos