Sexo en la televisión Argentina

El fervor por las "Escenas de sexo de gente poco común" es el motivo de esta nota publicada en La Voz. La visión conservadora de este pequeño periódico cordobés nos deja ver el puritanismo envenenador que tenemos en nuestra cultura y la fascinación del periodismo y los espectadores por estas nuevas series que traen el sexo a la television con algunas particularidades...

La nota la escribe Emanuel Rodrígez y empieza con el siguiente copete:

Más permisiva que hace una década, la televisión abierta en la Argentina trabaja con un erotismo cada vez más explícito.


Y no tardan en ofrecernos...

Un recorrido por las mejores escenas eróticas de los últimos años.


Bueno, vamos a hacer este recorrido citando el artículo original en Sexo Cosmico. Sin duda, el sexo en la televisión es el sexo menos cósmico de todos los posibles:

Se besan y ella le agarra el pantalón. Esperaron este instante una eternidad de 116 capítulos y ella lleva la mano al cinturón, al pasacinto, y mete sus dedos entre la costura del pantalón y la piel del pubis de él. Están al borde de una pileta y al borde de un momento cumbre: caen, abrazados, enredados. Se ve una lengua, una mano que pasa por el enorme, encantador tatuaje de una espalda masculina. Se ve el perfil de un torso desnudo, las líneas curvas que definen el cuello, los pechos, el abdomen.

Finalmente Lola –Carla Peterson– y Facundo –Luciano Castro– hacen el amor en una escena culminante de Lalola, considerada la mejor telenovela argentina del momento. Una escena erótica filmada con sutileza y la sensibilidad necesaria para aprovechar la tremenda sensualidad de una situación un poco rara: ella antes era un hombre, los dos personajes envueltos en ese beso lo saben, y ella/él acaba de decirle: “Quiero que te quedes, quiero que seas el primer hombre en mi vida”.

Además de una inquietante ansiedad de bañarse junto a Carla Peterson o Luciano Castro, la escena puede provocar al menos un reparo respecto de cómo la televisión argentina se ha permitido, de un tiempo a esta parte, romper los límites del tabú y explorar un erotismo que hasta hace una década era cuanto menos escandaloso.

Por su poder de atracción, por los mecanismos fetichistas que ponen en marcha, las escenas eróticas marcan hitos en las series o novelas en las que tienen lugar: representan momentos clave del argumento, y suelen llevar al paroxismo la consumación de la histeria al jugar en los límites entre mostrar y no mostrar.

La escena de Lalola (que en Buenos Aires se ve por televisión abierta y en Córdoba por la señal de cable de América) se ganó un lugar entre esos momentos televisivos, si no inolvidables, al menos tan intensos como para que miles de usuarios de Internet suban el video a la Red y otros miles lo reproduzcan.

La piel y los límites. Haga la prueba en la oficina: comience una conversación sobre las mejores escenas eróticas de la televisión. Si sus compañeros tienen cable y vieron Lalola mencionarán esa escena entre otras imágenes que supieron hacer, a escala por supuesto, historia: Florencia Peña y Damián De Santo en Disputas, por ejemplo, o Araceli González en Mujeres asesinas, o Carla Peterson (¡de nuevo!) y Romina Gaetani en otra entrega antológica del ciclo dirigido por Daniel Barone. La clave parece estar más en los límites que se rompen que en la cantidad que se muestra. Y también en el tiempo de espera que precede al encuentro sexual: ¿cuántos meses demoraron Pablo Echarri y Celeste Cid en llegar a la cama cuando eran, en Resistiré, la pareja más sensual de la Argentina?

Aquella escena hizo furor: la prodigiosa cola de Echarri y la sombra de los pechos desnudos de Celeste coronaron lo más parecido a una angustia colectiva que pueda generar una telenovela, y 2003 fue –para la cultura televisiva– el año de los lindos desnudos. Son pocos los hombres que pueden escuchar a Kevin Johansen cantando Down with my baby sin recordar casi dolorosamente la espalda de Julia Malaguer (Cid), y la expresión de su rostro cuando Diego (Echarri) finalmente la toma entre sus brazos, mientras el malísimo Mauricio Dobal pergeñaba su sangriento plan.

A la pileta. ¿Cómo se escribe una escena erótica? Es obvio que no se trata de una página más del libreto. El autor de la escena entre Peterson y Castro en Lalola, Pablo Lago, explica que se trata de un desafío particular: “Las escenas eróticas en una tira diaria son escenas de consumación, tienen una carga especial y hay que trabajarlas con mucho cuidado”.

Lago trabaja como guionista de televisión desde hace 15 años: “Antes no era tan sencillo. Llegar al primer beso fue un logro. Llegar a la cama, fue otro logro. Después vinieron los primeros desnudos. Creo que la televisión va acompañando los avances de la sociedad en materia sexual”. El caso concreto de Lalola, para el guionista, “habla de una sociedad que se ha vuelto más ambigua, más abierta”.

La tentación del escándalo acaso sea la más fuerte a la hora de concebir una escena erótica: hace mucho que la televisión argentina ha asimilado la idea de éxito de un programa a cuánto se habla acerca de ese mismo programa. Sin embargo hay autores, como Lago, que buscan ir por un camino alternativo: con una pileta y con Carla Peterson semidesnuda, Lalola no fue hacia lo escandaloso sino hacia un cierto clima acorde con el drama de la situación.

“Es importante elegir el lugar: los espectadores de Lalola esperaron más de 100 capítulos para este encuentro y no podíamos ubicarlo en la casa de Lola o en la casa de Facundo”, explica Lago. Por eso fueron a una quinta, un lugar con pileta. “Luego, es importante la claridad para transmitir el drama interno, la intensidad dramática de la situación”. Para Lago es clave la cuestión de las contradicciones: “Lola antes era un hombre, y Facundo lo sabe”.

Lo primero que aparece es la cara de una mujer, la boca abierta, el gesto evidente de que algo le está provocando placer y al mismo tiempo dolor. La mujer está confundida, debe satisfacer a su cliente y por eso sobreactúa algunos gemidos. Está en cuclillas. Lo que sigue es un plano detalle de sus piernas y su cintura. Un hombre se mueve furiosamente detrás de ella. La cámara sigue por el torso, el cuello, y otra vez la boca abierta, los gemidos fuertes.

La cámara busca tomas al borde de la pornografía: está claro que ninguno de los personajes tiene ningún tipo de ropa y además no están, como en esas películas clase B de la TV por cable, unidos por el ombligo: pubis contra pubis, la escena hace foco en el roce y sugiere una penetración.

Cambian de posición: ella arriba, él abajo. la cámara los toma desde sus pies.

En la antología de escenas eróticas de la televisión argentina el encuentro entre Florencia Peña y Damián De Santo en Disputas (2003) hizo historia por el realismo de las actuaciones. Llegó a circular el mito de que ni De Santo ni Peña estaban actuando, lo que se dice actuando: el inefable Jorge Rial sugirió que durante la grabación ambos actores habían, directamente, mantenido relaciones.

El director de Disputas era Adrián Caetano (Pizza Birra Faso). Cuando escucha que aquella escena se reproduce en Internet casi sin cansancio se ríe y confiesa: “la dirigí por teléfono”.

“Estábamos a contrarreloj y yo no podía llegar a los estudios: llamé a mi asistente y le di las indicaciones”, dice.

¿Cómo se dirige una escena erótica, y además por teléfono?

Caetano cuenta que hasta aquella escena entre Peña y De Santo, Disputas venía “muy pudoroso” y que había decidido hacer algo “más desenfadado”. pensó en una escena cruda, con una premisa sencilla: tres cámaras, planos cerrados, y que los actores se sacaran la ropa y pareciera que estaban “curtiendo”.

“En general las escenas de sexo en la televisión argentina son muy pacatas. Lo que tenía de bueno aquella escena era justamente que no había nada pacato”, reflexiona y agrega que para él es esencial la posición sexual: “por ahí pasa la imaginación, el desafío. Ya se ha visto todo, hay que ingeniárselas”. Otro punto fuerte para Caetano es el realismo de las actuaciones. Y la tercera clave es el lenguaje: “Las escenas de sexo hablado son más intensas, no hay nada mejor que la pornografía verbal”.

Famosas desnudas. Muchas escenas eróticas explotan el fetichismo de la fama. No es lo mismo para los espectadores ver un desnudo de una extra que ver a Araceli González, por ejemplo. Araceli protagonizó un desnudo en Mujeres Asesinas, y a los 10 minutos de la emisión de aquel programa Internet ardió. Foros, blogs, YouTube: en menos de lo que podría tardar Araceli en volver a vestirse, su perfil a contraluz en la puerta de una pieza en la que se iba a acostar con su víctima se difundió como un virus.

Algo similar sucedió con Mónica Ayos en Historias de sexo de gente común. Pero si de jugar con la fama se trata, la escena que casi paralizó a gran parte de la audiencia masculina fue el primer desnudo de Pamela David en Doble Vida. Probablemente nadie se acuerde del débil argumento de aquella serie, pero sí de que, fuera lo que fuera, algo hacía que Pamela –que venía de hacer un programa para Playboy TV– se sacara la ropa frente a Gonzalo Valenzuela.

Ya pasaron tres años de aquellas escenas: Pamela David se dedicó más a la conducción y menos a la actuación, tuvo un hijo y se casó con el basquetbolista cordobés Bruno Lábaque. Cuando atiende el teléfono se escucha el llanto de Felipe.

¿Cómo se actúa una escena erótica? Protagonizarlas probablemente sea una de las fantasías masculinas más recurrentes, a pesar de que en los últimos años hay millones de documentales que explican que los actores porno la pasan mal, muy mal (¿quién les cree?).

Para Pamela la cosa no fue muy diferente a actuar una escena policial. “No pasa nada, estás actuando. Hay muchas cámaras y gente alrededor”.

“Si en una serie le apuntás a alguien con una pistola y disparás no estás cometiendo un crimen, estás actuando. Pasa lo mismo con las escenas eróticas: no estás teniendo sexo, simplemente estás actuando”.

Pamela dice que deposita mucha confianza en el profesionalismo de sus compañeros de trabajo y de los directores: allí estaría la clave.

A los bifes. Cada vez con menos rodeos, la televisión argentina acompaña los cambios en el modo de vivir la sexualidad fuera de pantalla, o por lo menos esa parece ser su intención. Ya no sorprende ver una cola o un pezón, motivos de alboroto un par de lustros atrás.

De hecho, el desafío para los que trabajan en ficción ya no está en cuánto mostrar o qué límite de lo explícito romper, sino en cómo hacerlo para no caer en la vulgaridad de los concursos de bikini open o los bailes en el caño. Ya lejos de los años del destape, el asunto parece pasar ahora por combinar piel y drama, piel e historia.


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