La naturaleza de la consciencia - Alan Watts

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La naturaleza de la consciencia

Por Alan Watts



Son 3 partes...

PARTE UNO

Por Alan Watts

Encuentro un poco difícil decir cual va a ser el tema de este seminario, ya que trata cuestiones demasiado fundamentales como para recibir un título. Me dispongo a hablar de lo que hay, de lo que es. Lo primero que debemos hacer es analizar, con una cierta perspectiva, las ideas que, como occidentales que viven en los EE.UU., influyen en nuestro sentido común cotidiano, en nuestras nociones fundamentales de en qué consiste la vida. Hay unos orígenes históricos para estas ideas que nos influyen mucho más de lo que la solemos creer. Son ideas sobre el mundo que están integradas en la misma naturaleza del lenguaje que empleamos, en nuestra lógica y en aquello que dota de sentido a nuestras vidas.

A estas ideas básicas las llamaré mitos, no para referirme simplemente a algo fantástico o irreal, sino con un sentido más amplio. Un mito es una imagen a partir de la que se genera nuestro sentido de la realidad. Así que, de alguna manera, un mito puede ser considerado como una metáfora. Si quiero explicar lo que es la electricidad a alguien que no sabe nada sobre la electricidad, puedo utilizar la expresión “corriente eléctrica”. Pero la palabra “corriente” está comúnmente asociada a los ríos. Es una palabra relacionada con lo hidráulico, así que estaría explicando la electricidad como si se tratase de agua. Obviamente la electricidad no es agua. De hecho se comporta de forma diferente, pero en algunos aspectos sí se comportan de manera parecida, y por eso se las puede llegar a comparar. De la misma forma un astrónomo que quiera explicar la idea de un universo que se expande en un espacio curvo utiliza la imagen de un globo negro sobre el que se han pintado puntos blancos. Estos puntos representan galaxias que, a medida que se sopla el globo, se alejan unas de otras de manera uniforme. Pero, claro, esto es sólo una analogía. El universo en realidad no es un globo negro con pintas blancas.

Así pues, de la misma manera, usamos este tipo de imágenes para hacernos una idea de lo que es el mundo en que vivimos. Y en el momento presente estamos bajo la influencia de dos imágenes muy poderosas que son, desde el punto de vista del conocimiento científico actual, igualmente insatisfactorias, siendo uno de los principales problemas que hoy afrontamos el de encontrar una imagen del mundo adecuada y satisfactoria. Bien, de eso es de lo que voy a hablar. Y más allá de esa imagen que podemos tener, voy a hablar de cómo podemos conseguir que nuestros sentimientos y emociones estén en armonía con la imagen del mundo más sensata que seamos capaces de concebir.

Las dos imágenes con las que hemos estado operando en los últimos dos mil años, y puede que incluso más, son lo que yo llamo dos “modelos del universo”. El primero es el “modelo cerámico” y el segundo el “modelo enteramente automático”. El modelo cerámico está basado en el libro del Génesis, del que judaísmo, Islam y cristianismo extraen su visión básica del mundo. Y la imagen del mundo que se ofrece en el libro del Génesis es que el mundo es un artefacto. Es un objeto fabricado, como si un alfarero toma barro para modelar vasijas o un carpintero madera para construir sillas. No olvidemos que Jesús era hijo de un carpintero, y al mismo tiempo hijo de Dios. Así que en este modelo la imagen de Dios y del mundo está basada en la idea de Dios como un técnico, alfarero, carpintero, arquitecto, que tiene un plan en mente y da forma al universo a partir de ese plan.

Igualmente básica en esta imagen del mundo es la noción de que el mundo está compuesto de materia, fundamentalmente. Materia primordial, sustancia. Partes que están hechas de barro. Ahora bien, el barro no tiene inteligencia, no puede convertirse en una vasija por sí mismo. Aunque un buen alfarero podría pensar de otra manera, porque un buen alfarero no impone su voluntad al barro, sino que le pregunta en qué quiere convertirse y le ayuda a hacerlo. Y entonces se convierte en un genio. Pero la idea habitual a la que me refiero es la de que el barro carece sencillamente de inteligencia; es simple materia y el alfarero impone su voluntad sobre él y hace con él lo que quiere.

De esta forma, en el libro del Génesis, el Señor Dios crea a Adán a partir del polvo de la tierra. En otras palabras, fabrica una figurilla de barro, sopla sobre ella y cobra vida. El barro por sí mismo no tiene forma, ni inteligencia, así que requiere una inteligencia y una energía externas para cobrar vida y llegar a tener un cierto sentido. Es por ello por lo que hemos heredado la concepción de nosotros mismos de que somos artefactos fabricados y es perfectamente natural en nuestra cultura escuchar a un niño preguntar a su madre “¿Cómo fui hecho?” o “¿Quién me hizo?”. Sin embargo un niño chino preguntaría a su madre “¿Cómo crecí?”, lo cual se aleja del concepto de haber sido fabricado. Cuando uno hace algo se juntan partes o se trabaja del exterior hacia el interior, como se trabaja al esculpir una estatua o al hacer una vasija de barro. Pero cuando se observa algo crecer vemos que el proceso es justo el opuesto. La cosa surge de dentro afuera, se expande, se desarrolla, florece. Y todo ello sucede a partir de sí misma. En otras palabras, la forma sencilla original, digamos que la de una célula viva en la matriz, se hace más compleja progresivamente por sí misma. En eso consiste el proceso del crecimiento, el cual es bastante diferente al proceso de fabricación.

Pero históricamente hemos pensado que el mundo ha sido fabricado y vemos a los árboles, por ejemplo, como objetos fabricados, como si fuesen casas o mesas. Y así se establece una diferencia fundamental entre el creador y lo creado. Esta imagen, este modelo cerámico del universo, se originó en culturas donde la forma de gobierno era la monarquía, en las que se concebía al creador del universo también como Rey del universo. “Rey de reyes, Señor de señores, el único que gobierna a los príncipes, Tú que desde tu Trono contemplas a todos los habitantes de la Tierra” [cita del Book of the Common Prayer]. Es por esto por lo que aquellos que se orientan en el universo según este modelo se sienten relacionados con la realidad como súbditos frente a un rey. Por eso se sienten obligados a mantener una postura muy, muy humilde ante lo que quiera que sea que gobierna todo esto. Personalmente encuentro muy extraño que en los Estados Unidos los habitantes de una república sostengan una teoría monárquica del universo, que puedas referirte al presidente de los EE.UU. como LBJ, Ike o Harry, pero no puedas hablar del Señor del universo con la misma familiaridad. Ello se debe a que hemos heredado de culturas muy antiguas del oriente medio, la idea de que el Señor del universo merece un profundo respeto. La gente se arrodilla, se postra, se inclina, y la auténtica razón para ello es que no hay nadie que tenga más miedo del resto de la gente que un tirano. Se sienta con la espalda contra la pared y con sus guardias a cada lado y obliga a que se permanezca agachado y con la cabeza baja frente a él, porque esa es la única manera de que no se pueda atentar contra él. Cuando se acude a su presencia no se permanece en pie, porque de esa forma podría recibir un ataque; y tiene buenas razones para temerlo porque gobierna sobre todos. Y el individuo que gobierna sobre todos los demás es el peor buitre del montón, porque es aquél cuyos crímenes han resultado exitosos. A los otros criminales se los encierra en la cárcel y son apartados sencillamente porque han fracasado.

Así que, naturalmente, el jefe se sienta con la espalda contra la pared y sus esbirros a los lados. Cuando se diseña una iglesia ¿qué aspecto tiene? Por ejemplo una iglesia católica, con el altar en su posición tradicional, aunque ahora eso está cambiando, porque la religión católica está cambiando. Pero la iglesia católica sitúa el altar con la espalda contra la pared en el lado este del edificio. El altar es el trono y el sacerdote es el visir de la corte, que rinde pleitesía al trono, que es el trono de Dios. Y toda la gente está frente a él, arrodillada. A una gran iglesia católica se la llama basílica, que viene del griego “basilikos”, que significa rey. Así que una basílica es la casa de un rey. De hecho el ritual de la Iglesia está basado en el de la antigua corte de Bizancio.

Una iglesia protestante es muy poco distinta, básicamente lo mismo. El mobiliario de una iglesia protestante está basado en el de un tribunal de justicia. El juez de un tribunal americano viste una túnica negra, exactamente lo mismo que un pastor protestante. Y todo el mundo se sienta en esa especie de cajones, uno para el jurado, uno para el juez, uno para cada cosa. Así son los bancos en una típica iglesia protestante de tipo colonial. De modo que ambos tipos de iglesia que tienen una visión autocrática de la naturaleza del universo se decoran y son concebidas arquitectónicamente de acuerdo con imágenes políticas del universo. En una es el rey y en otra el juez. Su Señoría. Hay una lógica en esto. Cuando se está en un tribunal uno se refiere al juez como “Su Señoría”. De esa forma se evita que la gente que está litigando pierda los nervios y se vuelva agresiva. Sí, hay una lógica.

Pero cuando se trata de aplicar esta imagen al universo en sí, a la verdadera naturaleza de la vida, vemos que tiene limitaciones. Por una razón fundamental: la idea de la diferencia entre materia y espíritu. Esta idea ya ha dejado de ser válida. Hace ya mucho tiempo que los físicos dejaron de preguntarse “¿qué es la materia?” Aunque empezaron por ahí. Querían saber cual es la sustancia fundamental del mundo y cuanto más se lo preguntaban, más comprendían que nunca encontrarían la respuesta. Porque si se trata de describir lo que es la materia debe hacerse en cuanto a su comportamiento, es decir, en cuanto a su forma y los patrones que adopta. Lo más que se puede hacer es describir lo que hace, las formas más pequeñas en las que se puede observar. ¿Se entiende lo que quiero decir? Digamos que tomamos un trozo de piedra y decimos: “¿de qué está hecha esta piedra?” Entonces usamos el microscopio y en vez de ver únicamente un bloque de material, vemos formas cada vez más pequeñas. Cristales. Y decimos “hasta aquí bien, pero ¿de qué están hechos estos cristalitos?” Y empleamos un instrumento más potente y vemos que están hechos de moléculas, que, al ser analizadas con otro instrumento aún mejor nos revelan la existencia de átomos, electrones, protones, mesones, todo tipo de partículas subatómicas. Pero nunca se llega al constituyente básico, por la sencilla razón de que no hay ninguno.

Lo que sucede es lo siguiente: “materia” es una palabra que utilizamos para el mundo cuando nuestra visión está desenfocada, borrosa. La idea de materia es que es algo indiferenciado, como algo pegajoso. Y cuando nuestra visión no es lo bastante aguda todo parece borroso. Si enfocamos nuestra visión vemos una forma, un patrón. Pero si cambiamos el nivel de aumento, y nos acercamos más y más, en lugar de ver más claro, volvemos a ver borroso. Así que cada vez que nuestra visión se hace borrosa tendemos a pensar que hay algún tipo de sustancia ahí, pero cuando enfocamos descubrimos que existe una forma. Así que todo lo que podemos hacer es describir patrones. Nunca, nunca podemos hablar de la “materia” de la que estos patrones están supuestamente hechos, porque en realidad no hay que suponer que exista tal materia. Para hablar del mundo es suficiente con definir patrones. Así podemos describir cualquier cosa que pueda ser descrita y no debemos suponer que exista ninguna sustancia que constituya la esencia del patrón de la misma manera en la que el barro constituye la esencia de las vasijas. Por esta misma razón no tenemos por qué suponer que el mundo es una especie de montón de basura sin inteligencia que algún agente externo debe manipular para dotarle de una forma coherente. Así que la imagen del mundo según la física más sofisticada de la actualidad no contempla materia modelada (como una vasija de barro) sino patrones. Patrones autorresponsables, autodiseñados. Una especie de danza. Algo que nuestro sentido común aún no logra captar.

Ahora bien, en el transcurso del tiempo, en la evolución del pensamiento occidental, la imagen cerámica del mundo se vio cuestionada. Y se convirtió en lo que yo llamo la imagen “enteramente automática” del mundo. En otras palabras, la ciencia occidental se basó en la idea de que existen leyes en la naturaleza, una idea que tomó prestada del judaísmo, el cristianismo y el Islam. Unas leyes que fueron establecidas desde el principio por el alfarero, el Creador. Las leyes divinas, que también son las leyes de la naturaleza, el logos. Por todo esto hemos tendido a pensar que todos los fenómenos naturales responden a unas determinadas leyes, como si las leyes universales fueran raíles sobre los que corre un tren. Todos los eventos responderían a estas leyes. Es como en el viejo poema humorístico:

Había un joven que dijo. “Maldita sea, parece que soy una criatura que se mueve sobre surcos. Ni siquiera soy un autobús, sino un tranvía.”

De modo que tenemos esta idea de que existe un plan y de que todo responde a dicho plan. Pero, en el s. XVIII, los intelectuales occidentales empezaron a alimentar otra idea: la de que no importa que haya o no un arquitecto del universo, puesto que no es necesario suponer que exista. ¿Por qué? Porque la hipótesis de Dios no nos ayuda a hacer predicciones. Dicho de otra forma: si el cometido de la ciencia es hacer predicciones acerca de lo que va a suceder, la ciencia es esencialmente profética. ¿Qué sucede entonces? Que examinando el comportamiento del pasado y describiéndolo cuidadosamente podemos hacer predicciones respecto a lo que va a ocurrir en el futuro. La ciencia consiste realmente en eso. Y para conseguir esto, para hacer predicciones correctas, no es necesario tener en cuenta la hipótesis de Dios, porque ello no aportaría nada significativo. Si decimos: “todo está controlado por Dios, todo está gobernado por Dios”, eso no modifica nuestras predicciones sobre lo que va a suceder. Es por esto por lo que los científicos desestimaron esta hipótesis. Pero conservaron la hipótesis de la ley universal, porque si podemos hacer predicciones, si podemos estudiar el pasado y describir cómo han funcionado las cosas, y descubrimos que hay algunas regularidades en el comportamiento del universo, entonces aparecen las leyes. Aunque puede que no se trate de leyes en el sentido habitual del término, sino simplemente de regularidades.

De modo que lo que hicieron fue prescindir del legislador y conservar la ley y concibieron el mundo como un mecanismo, algo que funciona con arreglo a unos principios regulares, mecánicos, como un mecanismo de relojería. La imagen del mundo newtoniana está basada en el juego de billar. Los átomos son como bolas de billar que se golpean unas a otras. Así nuestro comportamiento, el de cada individuo, es definido como una disposición muy, muy compleja de bolas de billar que son desplazadas por las otras que las rodean. Por ello, detrás del modelo enteramente automático del universo está la noción de que la realidad no es más que energía ciega, por usar una de las expresiones favoritas de los científicos del s. XIX. Por ejemplo, en la metafísica de Hegel o de T.H. Huxley el mundo no es más que energía, una fuerza ciega sin inteligencia. De forma paralela, en la filosofía de Freud la energía psicológica básica es la libido, lujuria ciega. Y es sólo por pura chiripa, por el resultado de la casualidad, por lo que a partir de la exhuberancia de esta energía ha surgido la gente. Gente con valores, con culturas y con amor. Pura chiripa. Como en el caso de que 1000 monos se pusieran a teclear en 1000 máquinas de escribir durante un millón de años y finalmente escribieran la Enciclopedia Británica. Teniendo en cuenta, claro está, que en el momento en que acabasen de escribirla volverían a caer en el absurdo.

Para que eso no suceda, puesto que tú y yo estamos por pura chiripa en el cosmos (y a pesar de ello nos gusta nuestra vida, nos gusta ser humanos), como queremos mantenernos así, debemos combatir la naturaleza, porque en el momento en que cedamos volveremos a caer en el absurdo. Así que debemos imponer nuestra voluntad sobre este mundo como si fuésemos completamente ajenos a él, algo proveniente del exterior. Por esto vivimos en una cultura basada en la idea de que hay una guerra entre el hombre y la naturaleza. Por ello hablamos de la conquista del espacio, de la conquista del Everest; por ello los grandes símbolos de nuestra cultura son el cohete y el bulldozer. El cohete, ya sabes, como compensación por el macho sexualmente inadecuado. Por eso vamos a la conquista del espacio, cuando en realidad ya estamos claramente en el espacio. Si cualquiera tuviese la suficiente sensibilidad y se preocupase de dejar entrar al espacio exterior en él mismo, ello es posible, siempre que su mirada sea lo bastante lúcida. Ayudados por telescopios, por la radio astronomía, por todos los instrumentos super sensibles que podemos fabricar, llegamos tan lejos en el espacio como podamos nunca llegar a estar. Pero, ya ves, la sensibilidad no es nuestro punto fuerte, especialmente en la cultura WASP [siglas de White Anglo Saxon Protestant] de los EE.UU. Definimos la virilidad en términos de agresión porque nos asusta un poco la idea de que no seamos realmente hombres válidos y por ello hacemos alardes de tipos duros, lo cual es totalmente innecesario. Si tienes lo que hace falta no es necesario alardear. Y tampoco hace falta someter a la naturaleza violentamente. ¿Por qué deberíamos ser hostiles a la naturaleza? Después de todo SOMOS síntomas de la naturaleza. Tú, como ser humano, creces en este universo físico exactamente de la misma forma en que una manzana sale de un manzano.

Digamos que un árbol que da manzanas es un árbol que “manzanea”, usando “manzanear” como verbo. Entonces un mundo al que llegan seres humanos en un mundo que “gentea” [es decir, produce gente]. Por lo tanto la existencia de gente es sintomática del tipo de universo en el que vivimos, de la misma forma en que unos granos sobre la piel son sintomáticos del sarampión, o de la misma forma en que el pelo en la cabeza es sintomático de lo que sucede en el organismo. Pero hemos sido criados en función de dos grandes mitos, el cerámico y el automático, que nos impiden sentir que pertenecemos a este mundo. Incluso nuestro discurso cotidiano lo refleja así. Decimos “yo vine al mundo”, pero no es verdad: viniste de él. Decimos “enfréntate a los hechos”; hablamos de “encuentros” con la realidad, como si se tratase de un choque entre agentes completamente extraños entre sí. Debido a todo esto una persona normal tiene la sensación de ser alguien que existe “dentro de una bolsa de piel”, como un centro de consciencia que mira hacia todo lo que hay en el exterior y dice “¿de donde va a venir el ataque esta vez?” Alguien puede pensar “te reconozco, te pareces a mí. Me he mirado en el espejo y tú pareces ser gente. Puede que seas inteligente y puede que también puedas amar. Quizás seas buena persona; algunos de vosotros lo sois, en cualquier caso. Tienes el tono de piel correcto, o la religión correcta, o lo que sea. Eres de fiar”. Pero luego está toda esa gente de Asia y África que tal vez no sean personas. Cuando se quiere destruir a alguien se lo define como “no persona”, no auténticamente humano. Puede que sean monos, idiotas o máquinas, pero no personas.
Así que tenemos toda esta hostilidad hacia el mundo exterior debido a la superstición, a los mitos, a la teoría absolutamente infundada de que tú vives solamente dentro de tu “bolsa de piel”. Pero me gustaría proponer otra idea. En la actualidad existen dos grandes teorías en Astronomía sobre el origen del universo. Una se llama teoría de la explosión y la otra teoría del estado de equilibrio. Los partidarios de esta última opinan que el universo no tuvo un principio. Se expande indefinidamente, sí, pero como resultado de la coagulación del hidrógeno libre en el espacio se forman nuevas galaxias. Los partidarios de la otra teoría dicen que hubo una explosión primordial, un enorme estallido hace miles de millones de años que lanzó a todas las galaxias al espacio. Pues bien, tomemos esta idea y digamos que esto fue lo que ocurrió.

Es como si tomásemos una botella de tinta y la lanzásemos contra la pared. Toda la tinta se esparciría y en el centro sería más densa, ¿verdad? A medida que nos acercásemos hacia los bordes las gotitas de tinta serían cada vez más finas y formarían patrones más complicados, ¿no? Pues de la misma forma hubo un big bang en el principio de las cosas, y se extendió. Y tú y yo, sentados en esta habitación como complicados seres humanos, estamos muy, muy en la periferia de ese estallido. Somos como esos pequeños patrones tan complicados que aparecen en los bordes. Lo cual es muy interesante. Pero habitualmente nos definimos a nosotros mismos como si fuésemos simplemente eso. Si crees que solamente estás dentro de tu piel, te defines como un pequeño bucle muy complicado, lejos del origen de la explosión. En un lugar muy remoto del tiempo y del espacio, hace miles de millones de años, fuiste un big bang, pero ahora eres un complicado ser humano. Es por esta idea por lo que nos aislamos y no sentimos que aún somos el big bang. Pero lo somos. Todo depende de cómo nos definamos. Si realmente hubo un big bang, si es así como todo empezó, no somos un producto de ese estallido, no somos una especie de marionetas al final del proceso. Aún somos el proceso. Eres el big bang, la fuerza original del universo, que se presenta con la forma de quienquiera que seas. Cuando nos presentan no te veo como aquello según lo que tú mismo te defines (el Sr. Tal o Cual, la Sra. Tal o Cual) Os veo a cada uno de vosotros como la energía primordial del universo que viene a mí en esta forma determinada. Yo sé de mí mismo que también soy eso. Pero nos han enseñado a definirnos como algo separado de ello.

Así que el problema básico que deberíamos afrontar antes que nada es que las cosas no existen de la manera en que estamos habituados a concebirlas. Quiero decir como cosas separadas, o como eventos separados. Deberíamos entender que esto es sólo una forma de hablar. Si puedes comprender esto no vas a tener muchos más problemas. Una vez pregunté a un grupo de chicos de instituto qué es lo que entendían por “una cosa”. Al principio me dieron toda suerte de sinónimos. Dijeron que era “un objeto”, lo cual es sólo otro nombre para significar “cosa”, sin aclarar para nada lo que es una cosa en sí. Finalmente una chica italiana muy lista que estaba entre el grupo dijo que una cosa es un “nombre”. Y eso sí es bastante correcto. Un nombre no es parte de la naturaleza, sino parte del lenguaje. No hay nombres en el mundo físico, así como tampoco hay cosas separadas. El mundo físico es ondulante, móvil. Las nubes, montañas, árboles, personas, todos son ondulantes. Sólo cuando los humanos fabrican cosas, como por ejemplo cuando construyen edificios a base de líneas rectas, tratan de obviar el hecho de que el mundo es ondulante. Pero aquí estamos, sentados en esta habitación toda construida con líneas rectas, aunque cada uno de nosotros es tan ondulado y oscilante como es concebible llegar a serlo.

Ahora bien, cuando se quiere controlar algo que oscila resulta difícil hacerlo, ¿no es así? Se puede tratar de coger un pez con las manos, pero el pez es ondulante y resbaladizo y se escapa. ¿Qué haces para sujetar el pez? Usar una red. De modo que una red es el instrumento básico de que disponemos para aprehender este mundo que oscila. Un red es algo regular, algo que dispone de unos agujeros que se pueden contar: tantos agujeros en horizontal, tantos en vertical. Y nombrando estos agujeros se puede decir dónde está cada ondulación. Surge el cálculo, el arte de medir el mundo. Pero para hacer esto es necesario fragmentar la ondulación y nombrar dichos fragmentos uno a uno de forma específica. Así convertimos estos fragmentos en cosas o eventos, los cuales se definen para poder hablar de la oscilación, para poder medirla y posteriormente poder controlarla. Pero en esencia, de hecho, en el mundo físico la ondulación no está fragmentada. De un huevo no sale un pollito ya troceado. Para poderte comer un pollo primero debes cortarlo en trozos y tienes que morderlo, puesto que no viene mordido.

Así que vemos que el mundo no viene fragmentado, ni dividido en eventos separados. Tú y yo estamos tan unidos al universo físico como una ola lo está al océano. El océano genera olas y el universo genera personas. Y si yo te saludo y digo “yuujuuu” el mundo oscila conmigo y te dice “hola, estoy aquí”. Pero nuestra consciencia funciona de acuerdo con la manera en que sentimos y percibimos nuestra propia existencia. Como estamos influidos por el mito de que hemos sido creados, de que somos partes separadas, cosas, nuestra consciencia ha sido afectada de modo que ninguno de nosotros siente eso. Hemos sido hipnotizados, literalmente hipnotizados por las convenciones sociales para sentir y percibir que existimos únicamente en el interior de nuestra propia piel, que no somos parte del estallido primordial, sino algo aislado en el exterior de él. Y por eso el miedo nos paraliza. ¡Mi onda va a desaparecer! ¡Voy a morir! Claro, eso sería terrible. Nuestra mitología de referencia en la actualidad nos dice que somos algo que sucede entre la sala de maternidad y el crematorio. Y ya está. Por eso todo el mundo se siente infeliz y miserable.

Esto es lo que la gente cree realmente hoy en día. Puedes ir a la iglesia, puedes decir que crees en esto, lo otro o lo de más allá, pero en realidad no lo haces. Incluso los testigos de Jehová, que son los más fundamentalistas entre los fundamentalistas, se muestran amables cuando llaman a la puerta, pero si verdaderamente creyesen en el cristianismo estarían gritando por las calles. Pero nadie cree realmente en eso. Habría páginas enteras en los periódicos, terribles programas de TV, las iglesias estarían fuera de sus cabales si de verdad creyeran lo que enseñan. Pero no lo creen. Piensan que deberían creerlo, creen que deberían creer, pero en realidad no lo hacen, porque aquello en lo que realmente creemos es el modelo enteramente automático. Ahí se basa nuestro sentido común, nuestra percepción más plausible de la realidad. Somos pura casualidad, eventos separados y vamos de la maternidad al crematorio y eso es todo. Eso es todo.

Pero, ¿por qué pensamos de esa manera? No hay ninguna razón para hacerlo, ni siquiera científica. Sólo es un mito que ha sido inventado por gente que quiere sentirse de una determinada manera, que quiere jugar a cierto juego. El juego de Dios se volvió vergonzante. La idea de Dios como el alfarero, como el arquitecto del universo está bien. Nos hacía sentir que la vida es, a pesar de todo, importante, que hay alguien que se preocupa. Que las cosas tienen sentido y significado, que somos valiosos a los ojos del Padre. Pero pasado el tiempo se convierte en una idea incómoda, cuando te das cuenta de que todo lo que haces es observado por Dios. Él conoce tus pensamientos y deseos más íntimos y llega un momento en el que dices “deja de acosarme, no quiero que rondes por aquí”. Así que te conviertes en un ateo, simplemente para librarte de Él. Pero después de eso te sientes fatal, porque te has deshecho de Dios, pero eso significa que te has deshecho también de ti mismo. No eres más que una máquina y la propia idea de que no eres más que una máquina es una máquina, también. Así que si eres un chico listo te suicidas. Camus dijo que la única cuestión filosófica realmente seria es si se debe o no cometer suicidio. Yo sin embargo creo que hay cuatro o cinco cuestiones filosóficas serias: la primera es ¿quién empezó todo?; la segunda es ¿vamos a conseguirlo?; la tercera es ¿dónde vamos a ponerlo?; la cuarta es ¿quién va a limpiarlo?; y la quinta es ¿es esto serio?

Pero, ¿deberías o no suicidarte? Esta es una buena pregunta. ¿Para qué seguir? Uno sólo sigue jugando si el juego merece la pena. Ahora bien, el universo ha existido durante una cantidad de tiempo increíblemente larga, así que una teoría del universo satisfactoria ha de ser una por la que merezca la pena apostar. Eso, me parece a mí, es de sentido común elemental. Si construyes una teoría del universo por la que no merece la pena apostar, ¿para qué molestarse? Suicídate, sencillamente. Pero si quieres seguir jugando debes tener una teoría óptima en la que basar el juego. Otra cosa no tendría sentido. Pero la gente que acuñó la teoría del modelo enteramente automático del universo estaba jugando un juego muy divertido, porque lo que ellos decían era: “todos aquellos que creéis en la religión (ancianas y fervorosos creyentes) tenéis un papaíto ahí arriba y queréis consuelo, pero la vida es dura. La vida es ardua, porque el éxito sólo les llega a los más testarudos”. Esa era una teoría muy conveniente cuando los europeos y norteamericanos estaban colonizando a los nativos del resto del mundo. Dijeron: “somos el producto final de la evolución y somos tipos duros. Soy un tipo fuerte y grandote que se enfrenta a los hechos. La vida es sólo un montón de mierda y voy a imponer sobre ella mi voluntad y a cambiarla. Soy realmente duro.” Esa es una manera de adularse a uno mismo.

Por todo esto ha llegado a ser plausible académicamente y a estar de moda la opinión de que es así como funciona el mundo. En círculos académicos ninguna otra teoría aparte de la del modelo enteramente automático es respetable. Porque si perteneces al mundo académico has de ser una persona recia intelectualmente, has de ser picajoso. Existen básicamente dos tipos de filosofía. Una es la de los picajosos y otra es la de los pringados. Los picajosos son gente precisa, rigurosa, lógica. Les gusta que todo esté claramente delimitado. Los pringados prefieren las vaguedades. Por ejemplo, en física los picajosos creen que los últimos constituyentes de la materia son partículas. Los pringados creen que son ondas. En filosofía, los picajosos son positivistas lógicos y los pringados son idealistas. Y siempre están discutiendo los unos con los otros, pero de lo que no se dan cuenta es de que ninguno puede mantener su posición sin la presencia del otro. Porque nunca sabrías que defiendes la postura picajosa a menos que alguien defendiese la postura pringada. No podrías saber lo que es un picajoso hasta que no supieras lo que es un pringado. Porque la vida no es “picajosos” o “pringados”, es tanto picajosidad pringosa como pegajosidad picajosa. Van de la mano como el derecho y el revés, como hombre y mujer. Y esa es la respuesta a la filosofía. Yo soy un filósofo, y no voy a argumentar mucho, porque si no discutes mis ideas no sabré lo que yo mismo pienso. Así que si discutimos, te diré “gracias”, porque debido a tu cortesía al tomar un punto de vista diferente entiendo lo que yo quiero decir. Así que no puedo prescindir de ti.

Sin embargo esta teoría de que el universo no es más que una fuerza sin inteligencia que juega a nuestro alrededor y ni siquiera disfruta con ello es una teoría mediocre sobre el mundo. La gente que sacaba ventaja de ella la presentaba de modo que ellos resultaban ser una clase superior de individuos. Pero eso ha dejado de funcionar. Ya no nos lo tragamos. Porque si realmente adoptas esa visión del mundo eres lo que técnicamente se denomina alguien alienado. Te sientes hostil hacia el mundo. Sientes que el mundo es una trampa, como un mecanismo electrónico y neurológico en el que te ves de algún modo atrapado. Y tú, pobre cosa, tienes que aguantar vivir en un cuerpo que se cae a pedazos, que contrae cáncer, o la gran gripe siberiana, y todo esto es terrible. Y todos esos mecánicos, los médicos, tratan de ayudarte, pero al final no pueden triunfar, así que al final te vas a desmoronar, y todo es un triste negocio, demasiado malo. De modo que si crees que es así como funcionan las cosas, lo mismo te debería dar suicidarte ahora mismo. A menos que te digas, “bueno, estoy maldito”. Porque después de todo puede que sí haya maldición eterna. O bien puedes pensar en tus hijos y en lo indefensos que estarían sin ti, sin nadie que les ayudase. Pero si sigues con este esquema de pensamiento y continúas apoyándoles, les enseñaras a ser como tú eres y seguirán así, arrastrándose para ayudar a sus hijos y pasándolo mal. Tendrán también miedo de suicidarse y también lo tendrán sus hijos. Todos seguirán aprendiendo las mismas lecciones.

Lo que estoy tratando de decir es que el sentido común elemental acerca de la naturaleza del mundo que está influyendo a la mayoría de los norteamericanos hoy en día es sencillamente un mito. Si se te ocurre que la idea de un Dios Padre sentado en un trono dorado con su barba blanca es un mito, en el mal sentido de la palabra “mito”, has de saber que también lo es esta otra. Es igual de ridícula y tiene tan poco fundamento como ella a la hora de definir el verdadero estado de las cosas. ¿Por qué? Dejemos algo claro: si existen realmente cosas como inteligencia, amor y belleza, bien, debes encontrarlas en las otras personas. En otras palabras, existen en nosotros en tanto que seres humanos. Y como dije, si están ahí, en nosotros, son aspectos sintomáticos del esquema de las cosas. Somos tan sintomáticos del esquema de las cosas como las manzanas son síntomas del manzano, o la rosa del rosal. La Tierra no es una roca enorme infestada de organismos vivos en mayor medida que tu esqueleto es un montón de huesos infestados de células. La Tierra es geológica, sí, pero esta entidad geológica produce gente y nuestra existencia sobre la Tierra es un síntoma de este sistema (y parte de su equilibrio) tanto como el Sistema Solar es a su vez síntoma de nuestra galaxia, y la galaxia un síntoma de un conjunto de otras galaxias. Y sólo Dios sabe en qué están metidas las galaxias.

Pero cuando un científico describe el comportamiento de un organismo vivo intenta decir lo que una persona hace. Es la única forma de describir lo que una persona es, decir lo que hace. Entonces descubre que al hacer esta descripción no puede quedarse en lo que sucede dentro de la piel. En otras palabras, no se puede hablar de una persona que camina a menos que comencemos por describir el suelo, porque cuando uno camina, no lo hace agitando los pies en el vacío. Me muevo con relación a un espacio, luego también debo describir el territorio. Al describir esta charla que estoy dando no puedo hacerlo como una cosa en sí misma, porque estoy hablando con vosotros. Así que lo que ahora mismo estoy haciendo no resulta completamente descrito a menos que vuestra presencia aquí sea también descrita. Podemos decir que, si esto es así, si para describir mi comportamiento debo describir vuestro comportamiento y el del entorno, ello significa que tenemos todo un sistema de comportamiento. Tu piel no te separa del mundo; es un puente por el que el mundo exterior fluye hacia ti, y tú fluyes hacia él.

Si fueras, por ejemplo, un remolino de agua podrías decir que tienes una forma definida, como la que te da tu piel. ¿No es así? Hay un flujo de agua y de pronto se origina un remolino. El remolino tiene una forma definida, pero el agua no está fija en él. El remolino es producto de la corriente y de la misma manera, el universo entero nos produce a cada uno de nosotros. Os veo a cada uno de vosotros hoy y os podré reconocer mañana, tal como reconocería un remolino en la corriente. Yo diría “ oh, sí, he visto ese remolino antes. Está cerca de tal casa al borde del río, está siempre allí.” De la misma forma os reconoceré a vosotros mañana, puesto que seréis el mismo remolino que he visto hoy. Pero en realidad os estáis moviendo. El mundo entero se mueve a través de vosotros, todos los rayos cósmicos, la comida que coméis, la corriente de filetes, leche y huevos y todo lo demás está pasando a través de vosotros. Cuando osciláis, de la misma manera el mundo oscila, la corriente está haciendo que osciléis.

Pero el problema es que no nos han enseñado a sentir las cosas de esa manera. Los mitos que sostienen nuestra cultura y nuestro sentido común no nos han enseñado a sentirnos identificados con el universo, sino sólo partes de él, en él, enfrentados a él, como seres extraños. Y en estos momentos tenemos, creo yo, la urgente necesidad de llegar a sentir que SOMOS el universo eterno, todos y cada uno de nosotros. Si no es así nos volveremos locos. Nos suicidaremos, colectivamente, por cortesía de la bomba H. Y, bueno, suponiendo que lo hagamos, pues no pasa nada. La vida estará haciendo experimentos en otras galaxias. Puede que ellos se lo monten mejor.

PARTE DOS

Bien, en la sesión de esta tarde he hablado sobre dos de los grandes mitos o modelos del universo, que están establecidos en el trasfondo intelectual y psicológico de todos nosotros. Por una parte, el mito del mundo como un estado monárquico y político en el que todos estamos aquí para sufrir y sujetos a la voluntad de Dios. En este mundo somos artefactos fabricados que no existen por derecho propio. Sólo Dios, en este primer mito, existe por derecho propio y nuestra existencia es un favor por el que deberíamos estar agradecidos. Es como si tus padres te dijesen: “mira todas las cosas que hemos hecho por ti, todo el dinero que hemos gastado en enviarte a la universidad, y ahora te has convertido en un beatnik. Eres un hijo desagradecido y malvado”. Y se supone que debes responder “lo siento, es verdad que lo soy”. Siempre os comportáis como si se os estuviera probando, y ello es debido a nuestra actitud hacia los niños, a quienes en realidad no consideramos humanos. En lugar de eso, cuando un niño viene al mundo, tan pronto como se pueda comunicar de alguna forma, hablar, deberíamos decirle “¿cómo lo llevas?, bienvenido a la especie humana. Mira querido, estamos jugando un juego muy complicado y te vamos a explicar las reglas. Y cuando te las hayas aprendido y comprendido en qué consisten, puede que seas capaz de inventar unas mejores. Pero de momento, esto es lo que hay.”

En lugar de eso tratamos a los niños con una actitud de “bla bla, bla”, o bien de “cuchi, cuchi” y no tratáis a la cosa como un ser humano en absoluto, sino como a una especie de muñeca. O incluso como a una molestia. Y por eso todos nosotros, habiendo sido tratados de ese modo, cuando nos convertimos en adultos llevamos con nosotros la sensación de estar permanentemente puestos a prueba. Dios es alguien que nos dice cuchi, cuchi o bla, bla, bla. Y con esa sensación vivimos. Por eso la idea de un dios rey, rey de reyes y señor de señores que hemos heredado de las estructuras políticas de las culturas mesopotámicas y de Egipto. El faraón Amenhotep IV es probablemente, como sugirió Freud, el autor original del monoteísmo de Moisés. Y, ciertamente, la ley judía proviene de Hammurabi. Estos hombres vivían en una cultura en la que la pirámide y el zigurat simbolizaban una jerarquía de poder, del jefe para abajo. Y Dios, en este primer mito (modelo cerámico) del que hemos estado hablando, es el jefe, y esa idea de Dios implica que el universo está gobernado desde arriba.

Esta idea es paralela a la otra de que tu gobiernas tu propio cuerpo. La idea de que el ego, que reside en algún lugar entre los oídos y detrás de los ojos, en el cerebro, es el que gobierna el cuerpo. Sucede que no podemos entender un sistema ordenado, un sistema de vida, sin que nada ni nadie lo gobierne. “Oh, Señor, nuestro Señor, cuán excelente es tu nombre el todo el universo.”

Pero supongamos, por el contrario, que haya un sistema que no necesite alguien que lo gobierne. Se supone que eso es lo que tenemos en esta sociedad. Se supone que nosotros vivimos en una democracia y en una república y que debemos gobernarnos a nosotros mismos. Como dije, es divertido que los americanos podamos ser políticamente republicanos (no en el sentido partidista del término) y a la vez monárquicos en cuanto a la religión. Es una contradicción verdaderamente extraña.

Así que, ¿qué es este universo? ¿Es una monarquía? ¿Es un mecanismo? ¿O un organismo? Porque, vamos a ver, si es un mecanismo, o bien es un mero mecanismo, como en el modelo enteramente automático, o bien es un mecanismo bajo el control de un conductor, un mecánico. Si no es eso, es un organismo y un organismo es una cosa que se gobierna a sí misma. En tu cuerpo no hay ningún jefe. Podrías argumentar que el cerebro es un objeto hecho evolucionar desde el estómago, para que le sirva para conseguir comida. O podrías decir que el estómago es un objeto hecho evolucionar por el cerebro para que lo alimente y lo mantenga vivo. ¿De quién es el juego? ¿Es el juego del cerebro o el del estómago? Son mutuos. El cerebro implica el estómago y el estómago implica el cerebro y ninguno de ellos es el jefe.

Sabéis esa historia sobre los miembros del cuerpo. Las manos dijeron “nosotras hacemos todo el trabajo”. Los pies dijeron “nosotros hacemos también nuestro trabajo”. La boca dijo “yo hago todo el trabajo de masticar y ahí está ese estómago perezoso que simplemente lo recibe todo y no hace nada. No hace ningún trabajo, así que vayamos a la huelga”. Las manos rehusaron llevar nada, los pies se negaron a caminar y los dientes dejaron de masticar. Pero al cabo de un tiempo todos ellos empezaron a sentirse cada vez más débiles, porque no se daban cuenta de que el estómago estaba ahí para alimentarlos.

Así que existe la posibilidad de que no estemos en el sistema que estos dos mitos definen. Puede que no estemos habitando en un mundo en el que nosotros mismos, en el más profundo sentido de nosotros mismos, estamos fuera de la realidad, en una posición en la que tenemos que postrarnos ante ella y decir “por misericordia, preserva nuestra existencia”. Y tal vez tampoco estemos en un sistema que es meramente mecánico, en el que no somos más que pura chiripa, atrapados en el cableado eléctrico de un sistema nervioso que es fundamentalmente deficiente. ¿Cuál es la alternativa? Bueno, podríamos verla de un modo totalmente distinto. No es el modelo cerámico, ni el enteramente automático, sino la imagen dramática. Consideremos que el mundo es un drama [en el sentido de representación teatral]. ¿Cuál es la base de todo drama? La base de todas las historias, de todos los argumentos, es el juego del escondite. Si tienes un bebé, ¿cuál es el primer juego al que juegas con él? Pones un libro frente a tu cara y miras al bebé. Entonces el bebé empieza a reír. Porque el niño está próximo a los orígenes de la vida; sale del útero sabiendo de qué va todo, pero no lo puede expresar con palabras. Lo que todo psicólogo infantil desea es que un niño aprenda jerga psicológica y que le explique cómo se siente. Porque el bebé sabe de lo que va la cosa. Haces esto y esto y lo otro y el bebé empieza a reír, porque es una encarnación reciente de Dios. Y el niño sabe, por lo tanto, que el escondite es el juego fundamental.

Cuando éramos niños nos enseñaron a contar y el alfabeto, pero no nos pusieron sobre las rodillas de nuestras madres y nos enseñaron el juego del blanco y el negro. Eso es lo que quedó fuera de nuestra educación, el juego que estaba tratando de explicar con estos diagramas de curvas. Que la vida no es un conflicto entre opuestos, sino una polaridad. La diferencia entre un conflicto y una polaridad es sencilla: cuando pensamos en cosas opuestas a veces usamos la expresión “estas dos cosas son polos opuestos”. Por ejemplo, de una persona con la que estás en completo desacuerdo dices: “estoy en el polo opuesto de esta persona”. Pero esa expresión revela el secreto. Polos. Los polos son los extremos opuestos de un imán. Y si tomas un imán, digamos que una barra imantada, vemos que tiene un polo norte y un polo sur. Pues bien, cortemos el polo sur, separémoslo del resto. El pedazo que queda crea un nuevo polo sur. No puedes librarte de él. Así que lo que quiero decir es que quizá haya cosas que estén en los polos opuestos, pero van juntas. No puedes tener la una sin la otra. Esto nos hace imaginar un diagrama del universo en el que la idea de polaridad se representa por los extremos opuestos de un diámetro, norte y sur, ¿entendéis? Esa es la idea básica de la polaridad, pero lo que solemos imaginar es el encuentro de fuerzas que provienen de reinos absolutamente diferentes, que no tienen nada en común. Cuando decimos de dos personalidades que están en los polos opuestos estamos pensando excéntricamente, en lugar de concéntricamente. Y por esto no nos damos cuenta de que vida y muerte, blanco y negro, bien y mal, ser y no-ser, todo viene del mismo centro. Cada opuesto está implícito en el otro, de modo que no podrías conocer el uno sin que exista también el otro.

Ahora bien, yo no digo que eso esté mal. En realidad es pura diversión. Estás jugando al juego de que no sabes que blanco y negro están implícitos el uno en el otro. Así puedes pensar que el negro podría ganar, que podría irse la luz, que podría no haber ningún otro sonido. Que existe la posibilidad de un universo de pura tragedia, de oscuridad infinita. ¿No sería horrible? Sólo que no sabrías que es horrible, si realmente fuese así. El detalle que todos olvidamos es que blanco y negro van unidos, que no existe el uno sin el otro.

La otra cosa que olvidamos es que uno mismo y el otro van también juntos, de la misma manera que los polos de un imán. Dices: “Yo, yo mismo; yo soy yo; yo soy este individuo; soy este caso único y particular”. Lo otro es todo lo demás. Todas las estrellas, todas las galaxias, lejos, lejos en el espacio infinito, todo eso es “lo otro”. Pero de la misma manera que blanco implica negro, uno mismo implica “lo otro”. Uno no puede existir sin todo eso. De manera que cuando enfrentamos esta polaridad hacemos este tipo de diferencia y decimos, explícitamente o exotericamente, que son cosas diferentes, pero implícitamente, o esotéricamente, son una sola cosa. El hecho de que no puedas tener lo uno sin lo otro indica que hay algún tipo de conspiración tácita entre todos los pares de opuestos. Es como cuando dices “bueno, hay todo tipo de cosas que sabemos tácitamente, que no queremos admitir, pero reconocemos tácitamente que hay algún tipo de secreto entre nosotros, chicos y chicas.” O lo que sea. Y reconocemos que es así. De modo que, tácitamente, todos nosotros sabemos en nuestro fuero interno (aunque nunca lo admitiríamos, porque la cultura nos ha empujado en otra dirección), todos sabemos en nuestro interior que como individuos somos inseparables de todo lo que existe, que somos un caso especial en el universo. Pero el juego, especialmente en la cultura occidental, es ocultarnos eso a nosotros mismos, de manera que cuando alguien en nuestra cultura se desliza hacia un estado de consciencia donde súbitamente descubre que esto es así, y viene y dice “soy Dios” los demás decimos “tú estás loco”.

Ahora bien, puede resultar sencillo caer en el estado de consciencia en el que sientes que eres Dios. Le puede pasar a cualquiera. De la misma manera en que coges una gripe o el sarampión, o algo así, puedes pasar a ese estado de consciencia. Y cuando sucede, depende de tu bagaje cultural el cómo vas a interpretarlo. Si tienes la idea de Dios que proviene del cristianismo popular, de Dios como gobernante, entonces dices a todo el mundo “deberíais arrodillaros y adorarme”. Pero si perteneces a la cultura hindú y de repente le dices a tus amigos “soy Dios”, en lugar de decirte que estás loco ellos dirían “enhorabuena, al fin te has dado cuenta”. Porque su idea de Dios no es la del gobernante autócrata. Cuando hacen imágenes de Shiva, le ponen diez brazos. ¿Cómo se hace para utilizar diez brazos? Ya es bastante difícil usar dos. Sabes, si tocas el órgano debes usar los dos pies y las dos manos, y debes tocar ritmos diferentes con cada uno de ellos. Es complicado. Pero en realidad somos maestros en ello porque ¿cómo haces para que crezca cada uno de tus cabellos sin tener que pensar en ello? ¿Cómo usas cada nervio? ¿Cómo haces para que lata tu corazón y digerir al mismo tiempo? No es necesario pensar en ello. En tu propio cuerpo eres omnipotente en el verdadero sentido de omnipotencia, que es el de ser capaz de ser omnipotente; eres capaz de hacer todas estas cosas sin tener que pensar en ello.

Cuando era niño solía hacerle a mi madre todo tipo de preguntas ridículas, de las que por supuesto hacen todos los niños, y cuando se cansaba de mis preguntas decía “querido, hay cosas que sencillamente no debemos saber”. Y yo decía “¿las sabremos algún día?”. Y ella respondía “sí, por supuesto, cuando muramos y vayamos al Cielo, Dios lo aclarará todo”. Así que yo solía imaginar que en húmedas mañanas en el Cielo nos sentaríamos todos alrededor del Trono de la Gracia y le diríamos a Dios “¿bueno, por qué hiciste esto y por qué hiciste aquello?” y él nos lo explicaría. “Padre celestial: ¿por qué son las hojas verdes?” y él respondería “a causa de la clorofila”. y nosotros diríamos “¡OH! Pero en el universo hinduista le diríamos a Dios “¿cómo hiciste las montañas?” y él respondería “bueno, simplemente lo hice. Si me preguntas cómo hice las montañas me pides que describa con palabras cómo lo hice y no hay palabras que puedan hacerlo. Las palabras no podrán explicarte cómo hice las montañas de la misma manera que uno no puede beberse el océano con un tenedor. Un tenedor puede ser útil para pinchar algo y comérselo, pero no sirve para beberse el océano. Llevaría millones de años. En otras palabras, llevaría millones de años y te aburrirías con la descripción, mucho antes de que hubiese terminado, si la hiciese con palabras, porque no creé las montañas con palabras, sino que sencillamente lo hice. Igual que tú abres y cierras la mano. Tú sabes cómo lo haces, pero ¿podrías describirlo con palabras? Ni siquiera un fisiólogo muy bueno puede hacerlo. Pero lo haces. Eres consciente, ¿no? ¿No sabes cómo haces para ser consciente? ¿Sabes cómo haces latir tu corazón? ¿Puedes explicarlo correctamente, decir con palabras cómo se hace? Lo haces, pero no puedes decir cómo porque las palabras son insuficientes, pero te las apañas para hacerlo como un experto mientras eres capaz de ello”.

Así pues, como ves, estamos jugando un juego. Este juego funciona así: las únicas cosas que realmente sabes son aquellas que puedes decir con palabras. Supongamos que amo a una chica apasionadamente y alguien me pregunta “¿realmente la amas?” Bueno, ¿cómo voy a probarlo? Me dirán “escribe poesía, cuéntanos cuanto la amas y entonces te creeremos”. Si soy un artista, si soy capaz de expresarlo con palabras y convenzo a todo el mundo de que he escrito la más hermosa carta de amor que nunca se haya escrito, ellos dirán “de acuerdo, lo admitimos, realmente la amas”. Pero si resulta que no eres muy hábil con las palabras, ¿te vamos a decir que no la amas? Seguro que no. No tienes que ser Eloísa y Abila para enamorarte. Pero el juego que está jugando nuestra cultura al completo es que nada sucede realmente a menos que aparezca en los periódicos. Así que si estás en una fiesta, y es una gran fiesta, hay alguien que dice “qué mala suerte que no haya una cámara”. Por eso nuestros hijos empiezan a sentir que no existen auténticamente a menos que consigan que sus nombres aparezcan en el periódico. Y la forma más rápida de conseguirlo es cometer un crimen. Entonces sí serás fotografiado, irás a los tribunales y todo el mundo sabrá que existes. Ya estarás AHÍ. Así que no estás ahí a menos que se te grabe. Sucedió realmente si está grabado. En otras palabras, si gritas y tu voz no devuelve el eco, no sucedió. Bien, eso es un auténtico fastidio. Es cierto que el eco es divertido; todos cantamos en el baño, porque la resonancia allí es mayor. Y cuando tocamos un instrumento musical, como el violín o el chelo, tiene una caja porque le da más resonancia al sonido. De la misma manera, el córtex del cerebro humano nos permite saber que estamos felices y le da cierta resonancia a ese hecho. Si estás feliz y no sabes que lo estás, no hay nadie en casa.

Pero este es el verdadero problema para nosotros. Hace miles de años, los seres humanos desarrollaron el sistema de la autoconciencia, y supieron, supieron...

Había un joven que dijo
“aunque parece que sé que sé,
lo que quisiera ver
es el “yo” que me ve
cuando sé que sé que sé”.

Y éste es el problema humano: sabemos que sabemos. Por ello, llegó un momento en nuestra evolución en el que no nos guiábamos a base de desconfiar de nuestros instintos. Supón que pudieras vivir de forma absolutamente espontánea. No haces planes, sino que vives como te parece que debes hacerlo. Y te dices “vaya chollo vivir así. No tengo que hacer planes, ni nada. No me preocupo; simplemente lo hago todo con naturalidad”.

Todo el mundo envidia la manera en que se comportan los animales. Por ejemplo, un gato. ¿Has visto alguna vez a un gato cometiendo un error estético al andar? ¿Has visto alguna vez una nube con una forma incorrecta? ¿Alguna vez han estado las estrellas desordenadas? Cuando observas la espuma en la orilla del mar ¿alguna vez hace algún patrón erróneo? Nunca. Y sin embargo nosotros creemos que podemos cometer errores. Y eso nos preocupa. Así que llegó este punto de la evolución en el que perdimos nuestra inocencia. Entonces perdimos eso que tienen los gatos y las flores y tuvimos que pensar sobre ello y y tuvimos que organizar y disciplinar nuestras vidas a propósito, de acuerdo con una cierta previsión, palabras y sistemas de símbolos, precisión, cálculo y demás. Entonces empezamos a preocuparnos. Una vez que empiezas a pensar las cosas te preocupas hasta donde da tu pensamiento. ¿Habrás tomado todos los detalles en consideración? ¿Ha sido revisado todo hecho convenientemente? Y por cierto que, por más que lo pienses, reconoces que no has podido tomarlo todo en consideración, porque todas las variables en cada decisión son incalculables. Así que padeces ansiedad. Este es el precio que pagas por saber que sabes, por ser capaz de pensar sobre el pensamiento, de ser capaz de sentir tus sentimientos. Por eso estás en esta situación tan divertida.

¿Te das cuenta de que esto es una ventaja y al mismo tiempo una terrible desventaja? Lo que sucede aquí es que, al tener un cierto tipo de consciencia, un cierto tipo de consciencia reflexiva, por ser capaz de representarte lo que fundamentalmente es un sistema de símbolos, como palabras y números, vives dos vidas paralelas, cada una representando la otra. Los símbolos representan la realidad. El dinero representa la riqueza. Y no te das cuenta de que el símbolo es en realidad secundario, de que no tiene el mismo valor. La gente va al supermercado y llega a la caja con un carrito lleno de cosas y cuando el dependiente saca esa lista tan larga y dice “son 30 $” todo el mundo se siente deprimido, aunque se desprenden de 30$ de papel y salen con un montón de cosas. La gente no se da cuenta de eso, sólo piensan que han perdido 30$. Pero la auténtica riqueza la llevan en el carrito; todo lo que han soltado ha sido un papel. Y es que el papel en nuestro sistema es más valioso que la riqueza. Representa poder, potencialidad, mientras que sobre la auténtica riqueza piensas “bueno, eso es necesario. Hay que comer”. Eso es estar confuso.

Si te despiertas de esta ilusión, si comprendes que blanco implica negro, que uno mismo implica lo otro, que la vida implica la muerte, (o, podríamos decir, la muerte implica la vida), entonces te puedes concebir a ti mismo. No sólo concebirte, sino SENTIRTE a ti mismo no como un extraño en el mundo, no como alguien que está aquí sufriendo, a prueba, no como algo que ha llegado aquí por pura chiripa, sino que puedes empezar a sentir tu propia existencia como absolutamente fundamental. Lo que básicamente eres, profunda y remotamente en tu interior es, sencillamente, el tejido fundamental y la estructura de la propia existencia. En la mitología hindú se dice que el mundo es el drama de Dios. En la mitología hindú, Dios no es alguien sentado en un trono con una barba blanca, que tiene prerrogativas reales. Dios en la mitología hindú es uno mismo, Satchitananda, que significa: “sat”, lo que es; “chit”, lo que es consciencia; y “ananda”, dicha. En otras palabras, lo que existe, la realidad en si misma, es maravillosa, la plenitud de la alegría completa. ¡Hurra! Y todas esas estrellas, si te fijas en el cielo, son fuegos artificiales como los del 4 de julio, por lo que es una gran ocasión para celebrar; el universo es celebración; es un espectáculo de fuegos artificiales para celebrar que la existencia es. ¡Hurra!

Y entonces alguien dice “pero no hay nada interesante en mantener indefinidamente la dicha”. Bien, supongamos que tuvieras el poder de soñar, en una sola noche, una existencia de 75 años, o de la duración que quisieras darle. Naturalmente, al principio de esta aventura onírica, cumplirías todos tus deseos. Te darías todos los placeres que fueras capaz de concebir. Pero al cabo de varias noches de 75 años de placer cada una, te dirías “bueno, eso ha estado bien, pero ahora tengamos una sorpresa. Soñemos un sueño que no esté bajo control, en el que vaya a suceder algo que no sé lo que va a ser”. Explorarías esa posibilidad y saldrías diciendo “eso estuvo algo mejor, ¿no?”. Después te irías atreviendo más y más y harías todo tipo de jugadas sobre tus sueños y finalmente soñarías lo que tú eres ahora. Soñarías el sueño de la vida que estás viviendo hoy mismo. Eso estaría dentro de la infinita multiplicidad de elecciones que tienes. Jugarías a que no eres Dios. Porque la auténtica naturaleza de la inteligencia divina, de acuerdo con esta idea, es jugar a que no lo es. Lo primero que se dice es “tío, piérdete” porque así se entrega totalmente. La naturaleza del amor es el auto-abandono, el no quedarse apegado a uno mismo. Darte a ti mismo, como por ejemplo en el baloncesto, en el que siempre sueltas la pelota. Siempre estás soltando la pelota; le dices a otro tipo “ahí va la pelota”. ¿Te das cuenta? Eso hace que las cosas se sigan moviendo. Esa es la naturaleza de la vida.

De modo que, según esta idea, cada persona es la realidad definitiva. No Dios en el sentido político y monárquico, sino Dios en el sentido de ser lo propio, uno mismo, lo profundamente básico de todo lo que hay. Eres todo eso, pero pretendes que no lo eres. Y está perfectamente bien pretender que no lo eres, estar absolutamente convencido, porque esta es la pura noción de drama. Cuando entras a un teatro hay un arco, un escenario, y abajo está la audiencia. Todo el mundo toma asiento, haya ido a ver una comedia, una tragedia, un thriller, lo que quiera que sea, y asumen tan pronto como compran sus entradas que lo que van a presenciar no es real. Pero los actores conspiran en contra de esto, porque van a tratar de persuadir a la audiencia de que lo que sucede en el escenario ES REAL. Quieren que todos estén al borde de sus asientos, aterrados, llorando o riendo, absolutamente cautivados por el drama. Y si un buen actor puede captar a la audiencia y hacer llorar a la gente, imagina lo que puede hacer el actor cósmico. Puede actuar tan auténticamente que llega a creerse su papel. Como tú sentado en esta habitación, pensando que realmente estás aquí. Bien, te has persuadido de que es así. Has actuado tan estupendamente bien que SABES que este es el mundo real. Pero estás jugando a eso. Tanto el actor como la audiencia. Porque detrás del escenario está el camerino, fuera de escena, en el que los actores se quitan las máscaras. ¿Sabías que la palabra “persona” significa “máscara”? La “persona” era la máscara que usaban los actores en el teatro grecorromano, porque tiene una boca a modo de megáfono que proyecta el sonido en el teatro al aire libre. Así que algo “per” (para) “sona” (sonar), eso es una máscara. ¿Cómo ser una persona real? ¿cómo ser un engaño genuino? La “dramatis persona” al principio de una obra es la lista de máscaras que van a usar los actores. A medida que olvidas que este mundo es una representación, la palabra que designa tu papel, la palabra que designa tu máscara, se han convertido en lo que eres genuinamente. La persona, la propia persona.

Así que todo es como una representación. No estoy intentando venderte este idea en el sentido de convertirte a ella; sólo quiero que juegues con ella, que pienses en sus posibilidades. No intento probarla, sino plantearla como una posibilidad de vida sobre la que reflexionar. Significaría que no sois víctimas de un esquema de las cosas, de un mundo mecánico, o de un Dios autocrático. La vida que vives es aquella en la que TÚ mismo te has metido. Sólo que no lo admites, porque quieres jugar al juego de que es algo que te sucede. En otras palabras, me vi atrapado en este mundo. Tuve un padre al que le moló una chica, que fue mi madre y por el hecho de que era un viejo cachondo, y como resultado de ello, nací yo. Y yo le acuso por ello y le digo “bueno es tu error; ahora tienes que cuidarme” y él dice “no veo por qué debo cuidar de ti; solo eres un efecto”. Pero supongamos que admitimos que yo realmente quería nacer y que yo era el brillo maligno en los ojos de mi padre cuando se acercó a mi madre. Eso era yo. Yo era deseo. Y deliberadamente me vi envuelto en esta movida. Míralo de ese modo. Que realmente incluso si me metí en un lío horroroso, y nací con sífilis, la gran gripe siberiana y tuberculosis en un campo de concentración nazi, era en todo momento un juego, un montaje extremo. Era una especie de masoquismo cósmico, pero lo hice.

¿No es esa una regla de juego óptima para la vida? Porque si juegas la vida sobre la suposición de que no eres más que una marioneta indefensa en este mundo, o sobre la suposición de que es un riesgo serio y terrible y que deberíamos hacer algo al respecto, y etc., entonces es un tostón. No tiene sentido seguir viviendo a menos que asumamos que la situación de vida es óptima, que real y verdaderamente todos estamos en un estado de total deleite y bendición, pero que vamos a pretender que no lo sabemos sólo por diversión. En otras palabras, juegas a la desdicha para poder experimentar la dicha. Y puedes ir tan lejos en la desdicha como quieras. Así cuando despiertes será algo grande. Sabes, te puedes golpear con un martillo en la cabeza porque es agradable cuando paras. Te hace darte cuenta de lo grandes que son las cosas cuando olvidas que las cosas son así. Es como el blanco y el negro: no conoces el negro a menos que conozcas lo blanco. Esto es sencillamente fundamental.

Esta es pues, la representación. Mi metafísica, permitidme ser perfectamente franco con vosotros, es que hay un ser, un yo mismo central, puedes llamarlo Dios o puedes llamarlo como quieras, que es todos nosotros. Está haciendo todos los papeles de todos los seres en todas partes y en todo momento. Y está jugando al juego del escondite consigo mismo. Se pierde, se ve envuelto en las aventuras más descabelladas, pero al final despierta y vuelve a sí mismo. Y cuando estés listo para despertarte, despertarás y si no estás listo seguirás pretendiendo que eres sólo este pobrecito yo. Y ya que todos estáis aquí comprometidos en una especie de indagación y escuchando esta especie de conferencia, asumo que todos estáis en el proceso de despertar. U os estáis dando el gusto de flirtear con la idea de despertar sobre la que no sois del todo serios. Pero asumo que puede que no seáis serios, pero sí sinceros, y que estáis listos para despertar.

Cuando estás en el proceso de despertar, de descubrir quién eres, encuentras un personaje llamado gurú, para los hindúes “el maestro”, “el que hace despertar”. ¿Cuál es la función del gurú? Es el hombre que te mira a los ojos y te dice “vamos, déjalo, sé quién eres”. Vienes al gurú y le dices Señor, tengo un problema. Estoy triste y quiero ser uno con el universo. Quiero iluminarme, quiero sabiduría espiritual”. El gurú te mira y pregunta “¿quién eres?”. ¿Conocéis a Sri Ramana Maharsi, el gran sabio hindú de los tiempos modernos? La gente solía acudir a él y preguntarle “maestro, ¿quién fui yo en mi anterior reencarnación?” Como si eso importara. Y él diría “quién hace la pregunta?”. Te miraría y diría “me estás mirando, estás mirando hacia fuera y no eres consciente de lo que hay detrás de tus ojos. Vuelve a ti y encuentra quién eres, de dónde procede la pregunta, por qué la haces”. Si alguna vez ves una fotografía de ese hombre... Yo tengo una maravillosa fotografía suya; la veo siempre que salgo por la puerta. Veo esos ojos y el humor que hay en ellos; la sonrisa pícara que dice “vamos Shiva, te reconozco. Cuando vienes a mi puerta y dices soy tal y cual, yo digo ja ja, qué aspecto tan divertido trae Dios hoy”.

Los gurús emplean, por supuesto, todo tipo de trucos. Dicen “bien, te voy a pasar por la trituradora”. La razón por la que hacen esto es sencillamente porque no te despertarás a menos que creas que has pagado un precio por ello. En otras palabras, el sentido de culpa o la ansiedad. Se trata simplemente de una forma de seguir jugando al escondite. ¿Te das cuenta? Supongamos que te sientes culpable. El cristianismo te hace sentir culpable por existir, te hace sentir que el mero hecho de que existas es una afrenta. Eres un ser humano caído en desgracia. Recuerdo que cuando era niño solíamos ir al oficio de Viernes Santo. Nos daban a cada uno una postal en color con Cristo crucificado y bajo ella ponía “he hecho esto por vosotros. ¿Qué haces tú por mí?”. Te sientes fatal. TÜ habías clavado a ese hombre en una cruz. Por comerte un filete, has crucificado a Cristo. Mitra. Es el mismo misterio. ¿Y qué vas a hacer al respecto? “He hecho esto por ti, ¿qué vas a hacer tú por mí?”. Te sientes fatal por el simple hecho de existir. Pero ese sentimiento de culpa es el velo que cubre el santuario. “¡No OSES entrar!” En todos los misterios, cuando vas a ser iniciado, hay alguien que te dice “Eh, Eh, no entres aquí. Debes cumplir este requisito, y este otro, y después te dejaremos entrar”. Por eso pasas por la trituradora. ¿Por qué? Porque te estás diciendo “no despertaré hasta que lo merezca. No despertaré hasta que me lo haya puesto muy difícil. Así que me invento un elaborado sistema que retrase mi despertar. Me obligo a pasar esta prueba y esta otra y cuando me convenzo de que es lo bastante arduo, ENTONCES por fin admito quién soy realmente y retiro el velo y descubro que, al final, después de todo, yo soy el que soy, lo cual es el nombre de Dios.

PARTE TRES

En la sesión de anoche estábamos discutiendo un mito alternativo a los modelos cerámico y completamente automático del universo, al cual he llamado Mito Dramático. La idea es que la vida tal y como la experimentamos es una gran representación, y lo que hay más allá de esta representación es el actor, y el actor, o el “yo mismo”, como es llamado en la filosofía hindú, el atman, eres tú. Pero sucede que estás jugando al escondite, y que ese es el juego esencial que se está jugando. El juego de los juegos, la base de todos los demás juegos. El escondite. Y debido a que estás jugando al escondite, estás olvidando deliberadamente quién o qué eres realmente, aunque nunca querrás admitirlo. El conocimiento de que tu “yo” esencial es el fundamento del universo, “el territorio del ser”, como lo llama Tillich, es un pensamiento que se halla muy, muy profundo en tu mente. Algo que sabes en tu interior, pero que no puedes admitir.

Así que, para llamar la atención sobre esto, para que te des cuenta de cómo son las cosas, has de ser sacado del juego con triquiñuelas. Esta mañana quiero hablar de cómo se hace esto, aunque, antes de ello, debo profundizar un poco más en la auténtica naturaleza del problema.

El problema es el siguiente. Nosotros identificamos en nuestra experiencia una distinción entre lo que hacemos y lo que nos sucede. Tenemos una serie de acciones que definimos como voluntarias y sentimos que las controlamos. Y después están todas esas cosas que son involuntarias. Pero la línea que divide estas dos categorías es muy arbitraria. Por ejemplo, cuando mueves tu mano, crees decidir si la abres o la cierras. Pero pregúntate cómo lo decides. Cuando decides abrir la mano, ¿decides antes decidir abrirla? No lo haces así, ¿verdad? Simplemente decides, y ¿cómo lo haces? Y si no sabes hacerlo ¿es voluntario o involuntario? Pongamos el caso de la respiración. Puedes creer que respiras deliberadamente, pero cuando no piensas en ello ¿es voluntario o involuntario?

Tenemos pues una definición muy arbitraria de lo que es uno mismo: toda aquella actividad que creo controlar. Y eso, la mayor parte del tiempo, no incluye el control de la respiración, ni el de los latidos del corazón, ni la actividad de las glándulas, ni la digestión, ni el dar forma a tus huesos, ni la circulación sanguínea. ¿Te encargas tú de estas cosas o no? Ahora bien, si te centras en ti mismo y descubres que todo depende de ti, sucede algo muy extraño: descubres que tu cuerpo sabe que eres uno con el universo. En otras palabras: la así llamada circulación involuntaria de la sangre es un proceso relacionado con el hecho de que las estrellas brillen en el cielo. Si descubres que eres TÜ quien hace que tu sangre circule, en ese mismo momento descubrirás que también eres tú el que hace que brille el sol. Porque tu organismo físico es un proceso relacionado con todo lo demás que sucede. Así como las olas se relacionan con el océano, así tu cuerpo está relacionado con la energía global del cosmos, y todo eso eres tú. Pero sencillamente juegas a que sólo eres este pedacito, aunque, como he tratado de explicar, no existen en la realidad física eventos separados.

Recordemos también cuando traté de hallar una definición de omnipotencia. La omnipotencia no consiste en saber cómo se hace todo, sino simplemente hacerlo. No tienes por qué traducirlo a ningún idioma. Supongamos que cuando te levantaras por la mañana tuvieras que conectar tu cerebro y que tuvieras que pensar y activar deliberadamente todos los circuitos que necesitas para la vida activa durante el día. ¡Nunca acabarías! Porque todas esas cosas las tienes que hacer a la vez. Por eso los budistas e hinduistas representan a sus divinidades con muchos brazos. ¿Cómo podrías usar tantos brazos a la vez? ¿Cómo puede un ciempiés controlar cien patas a la vez? Pues porque no piensa en ello. Del mismo modo realizas inconscientemente todas las diversas actividades de tu organismo. Bueno, inconscientemente no es una expresión correcta, porque suena un poco como a algo muerto. Decir superconscientemente estaría mejor. Sumemos y no restemos.

La consciencia no es más que una forma muy especializada de atención. Cuando miras a tu alrededor en esta habitación, tú eres consciente de aquello que te llama la atención, pero puedes ver un gran número de cosas que no captan tu atención. Por ejemplo, veo una chica aquí y alguien me pregunta más tarde “¿qué llevaba puesto?”. Puede que no lo sepa, aunque lo haya visto, porque no me he fijado en ello. Pero estaba consciente, ¿entiendes? Quizás si se me hiciese esta pregunta durante una sesión de hipnosis, en la que se apartase mi atención consciente debido al estado hipnótico, podría recordar qué vestido llevaba puesto.

De modo que, igual que no sabes (porque no enfocas tu atención) cómo haces funcionar tu glándula tiroides, tampoco sabes cómo haces que brille el sol, porque no tienes tu atención puesta en ello. Ahora déjame que enlace esto con el problema del nacimiento y la muerte, que por supuesto intriga enormemente a todo el mundo. Porque, para entender lo que es el “yo mismo”, tienes que tener en cuenta que no es necesario que tengas nada en cuenta, del mismo modo que no necesitas saber cómo haces que funcione la glándula tiroides.

Pues bien, cuando mueras no tendrás que enfrentarte a una no-existencia eterna, porque eso no es una experiencia. Muchas personas temen que, cuando mueran, van a ser encerradas en una habitación a oscuras para siempre, y de algún modo se acostumbran a esa idea. Pero he aquí una de las cosas más interesantes del mundo (esto es yoga, entendimiento): intenta imaginar lo que sería irse a dormir y nunca despertar. Piensa sobre ello. Los niños lo hacen. Es una de las grandes maravillas de la vida. ¿Cómo sería irse a dormir y nunca despertar? Si piensas en ello lo bastante, algo sucederá. Descubrirás, entre otras cosas, que surge una nueva pregunta: ¿cómo fue despertarse sin haber ido nunca a dormir? Eso fue lo que sucedió cuando naciste. ¿Te das cuenta? No puedes experimentar la nada; la naturaleza aborrece el vacío. Así que después de tu muerte lo único que puede suceder es que tengas la misma experiencia, o el mismo tipo de experiencia, que cuando naciste. En otras palabras, todos sabemos muy bien que después de que la gente muere, nace más gente. Y todos ellos son tú, pero sólo puedes experimentar esas vidas de una en una. Todo el mundo es YO, todos sabéis que sois vosotros, y donde quiera que exista algún ser en cualquier galaxia, no hay ninguna diferencia. Tú eres todos ellos. Y cuando ellos vienen al ser, eres tú el que viene al ser.

Sabes esto muy bien, sólo que no necesitas recordar el pasado igual que no tienes que pensar en cómo haces que funcione tu glándula tiroides, o cualquier otra cosa que suceda en tu organismo. No necesitas saber cómo haces que brille el sol. Sencillamente lo haces, tan fácil como respirar. ¿No te sorprende verdaderamente que seas esta cosa fantásticamente compleja y que estés haciendo todo esto, y que nunca se te haya enseñado a hacerlo? ¿Nunca aprendiste y eres este milagro? Lo importante es que, desde un punto de vista estrictamente físico, científico, este organismo es una energía interrelacionada con todo lo demás que está sucediendo. Y si yo soy mi pie, soy también el sol. Pero tenemos esta visión ligeramente parcial. Tenemos la impresión de que “no, yo soy algo DENTRO de este cuerpo”. El ego. Una broma. El ego no es más que el foco de la atención consciente. Es como el radar de un barco. En un barco el radar es un instrumento que soluciona problemas. ¿Hay algún obstáculo en el camino...? Pues bien, la atención consciente es una función diseñada por el cerebro para explorar el entorno, igual que un radar, y detectar cambios que puedan causar problemas. Pero si tú te identificas con ese instrumento, entonces lógicamente te sitúas en un permanente estado de ansiedad. En el momento en que dejamos de identificarnos con el ego y nos hacemos conscientes de que somos todo el organismo, lo primero de lo que nos damos cuenta es de lo armonioso que es. Porque tu organismo es un milagro de la armonía. Todas estas cosas funcionando a la vez... incluyendo esas criaturas que se devoran unas a otras en el torrente sanguíneo. Si no lo hiciesen, no estarías sano.

De modo que lo que es discorde en un nivel de tu ser es armonioso en otro nivel. Y empiezas a descubrir y a ser consciente de que lo que es discorde en tu vida y la de otra gente en un nivel, en otro nivel más elevado del universo es saludable y armonioso. De pronto te das cuenta de que todo lo que eres y lo que haces es, en ese nivel, tan magnífico e inmaculado como los patrones en las olas, las líneas marcadas en el mármol o la manera en que se mueve un gato. Y descubres que este mundo está realmente bien. No puede ser de otro modo, pues de lo contrario no existiría. Y no quiero decir esto en el sentido de la Ciencia Cristiana a lo Pollyanna [Pollyanna es una niña rubia, “adorable” y virginal, personaje de una serie de novelas y creo que de alguna película] No sé lo que hay o lo que deja de haber en la Ciencia Cristiana, pero es repipi. Tiene un cierto carácter ridículo; al fin y al cabo, vino de Nueva Inglaterra. [no sé a lo que se refiere con esto]

Pero la realidad más allá de la existencia física (o que en realidad constituye la existencia física, porque en mi filosofía no hay distinción entre lo físico y lo espiritual. Estas son categorías absolutamente desfasadas) es un proceso continuo. No es materia por una parte y forma por otra. Es simplemente un patrón. La vida es un patrón. Es una danza de energía. Por eso nunca haré referencia a conocimientos esotéricos, por ejemplo, hablando de que haya tenido una revelación o vibraciones sensoriales en un plano que vosotros no tenéis. Todo está bien a la vista. Simplemente es una cuestión de cómo lo miras. De modo que lo que descubres es algo que siempre me deja atónito cuando me sucede. Algunas personas usan un símbolo para referirse a la relación de Dios con el universo en el que Dios es una luz brillante, pero oculta tras el velo de las apariencias de todas las formas que ves a tu alrededor. Hasta aquí bien. Pero la verdad es incluso más divertida que eso. La verdad es que estás viendo la luz brillante justo ahora, en esta experiencia que estás teniendo y que constituye la consciencia cotidiana ordinaria. Pretendes que no es así, pero esta experiencia es exactamente la misma cosa que “ello”. No hay ninguna diferencia. Y cuando te das cuenta, te ríes de tu propia estupidez. Ese es el gran descubrimiento.

En otras palabras, cuando comienzas a ver las cosas tal y como son y miras por ejemplo un vaso de plástico y profundizas en la naturaleza de lo que es ver, u oler, o el tacto, entonces te das cuenta de que el vaso de plástico es la brillante luz del cosmos. Nada podría ser más brillante. Diez mil soles no podrían ser más brillantes. Sencillamente están ocultos en el sentido de que todos los puntos de luz infinita son tan minúsculos cuando los ves en el vaso que no te dañan los ojos. El origen de toda luz está en el ojo. Si no hubiese ojos en este mundo, el sol no daría luz. Si golpeo en un tambor que carece de parche no se produce ningún ruido. De la misma forma, un sol que brilla en un mundo sin ojos es como una mano que golpea un tambor sin parche. No hay luz. TÜ evocas la luz del universo, al igual que evocas la dureza de la madera gracias a la suavidad de tu piel. La madera es dura porque tu piel es suave. Es tu tímpano el que evoca los sonidos que se transmiten por el aire. Tú, por ser este organismo, das vida a todo este universo de luz y color y dureza y todo lo demás.

Sin embargo en la mitología que adoptamos a finales del s. XIX, cuando la gente descubrió lo grande que es el universo y que vivimos en un pequeño planeta que está en un sistema periférico de nuestra galaxia, que es una galaxia menor, todo el mundo pensó “uuuuugh, después de todo no somos importantes. Dios no está ahí para amarnos y a la naturaleza no le importamos en absoluto”. Y nos deprimimos. Pero la verdad es que es este gracioso microbio, esta cosa minúscula que se arrastra en este pequeño planeta en medio de ninguna parte, la que tiene el don, en virtud de su magnífica estructura orgánica, de evocar al universo entero a partir de lo que, de no ser por ella, no serían más que simples partículas sin sentido. There´s jazz going on. ¿Os dais cuenta? Este pequeño organismo tan ingenioso es algo más que un objeto ajeno a todo lo que sucede. Este pequeño organismo en este pequeño planeta es la justificación para todo el espectáculo, que así se contempla a sí mismo. Lo hace a través de ti, y tú eres eso.

Cuando pones el pico de un pollo sobre una línea de tiza se queda como hipnotizado. De la misma manera, cuando te enseñaron a atender en la escuela, con el maestro diciendo “¡prestadme atención!” y todos los niños mirándole, eso es como poner tu nariz sobre la tiza. Te quedaste paralizado por la idea de la atención y pensaste que la atención era Yo, el ego. Por eso si empiezas a atender a la atención te darás cuenta de cual es el engaño. En el libro “La Isla”, de Aldous Huxley, los pájaros “myna” están entrenados para decir “¡Atención chicos, aquí y ahora!” ¿Lo ves? Date cuenta de quién eres. ¡Vamos, despierta!

Aquí está el problema: si todo lo dicho es correcto y el estado de consciencia en el que te hallas en este momento es el mismo que lo que podríamos llamar “el estado divino”, cualquier cosa que hagas para cambiarlo demostrará que no entiendes que lo es.

He aquí el truco budista: el Buda dijo “sufrimos porque deseamos. Si puedes abandonar el deseo, entonces no sufrirás”. Pero esa no era su última palabra; él dijo eso como el primer paso de un diálogo. Porque si le dices eso a alguien, al cabo de un rato volverá y dirá “ahora deseo no desear”, a lo que el Buda responderá “bueno, al menos estás empezando a comprender el asunto”. Porque lo cierto es que no se puede dejar de desear. ¿Por qué ibas a intentarlo? Si lo haces ya estás deseando algo. De la misma forma habrá quien te diga que no deberías ser egoísta o que debes olvidarte de tu ego. Vamos, relax. ¿Por qué vas a querer hacer eso? Es sólo otra forma de jugar al juego, ¿no es verdad? El momento en que planteas la hipótesis de que eres diferente del universo, quieres hacerte uno con él. Pero si tratas de hacerte uno con el universo entras en competición con él, lo que significa que no entiendes que ERES el universo. Crees que hay una auténtica diferencia entre uno mismo y lo otro. Pero uno mismo, lo que crees que eres tú mismo, y lo otro, se necesitan mutuamente como anverso y reverso. En verdad son una sola cosa. Igual que un imán se polariza en norte y sur, aunque sigue siendo un solo imán, la experiencia se polariza en “uno mismo” y “lo otro”, aunque todo es uno. Por lo tanto, si intentas que el polo sur se imponga sobre el polo norte, demuestras que no sabes lo que realmente sucede.

Así que hay dos maneras de jugar al juego. La primera, que es la habitual, es a través de un gurú o maestro que quiere hacérselo saber a la gente porque él mismo lo sabe y cuando uno lo sabe le gustaría que otros lo vieran también. Lo que hace es ponerte en ridículo con más dureza y frecuencia de lo habitual. En otras palabras, si estás compitiendo con el universo, él va a fomentar esa competencia hasta que sea completamente ridícula. Por eso te dice cosas como “para ser una persona realizada debes olvidarte de ti mismo, no ser en absoluto egoísta.” Es como si el Señor bajase del Cielo y te dijera “el primero y principal de mis mandamientos es: amarás al Señor tu Dios. Debes amarme.” Bueno, esto es un arma de doble filo, porque no puedes amar a propósito. No puedes ser sincero a propósito. Sería como tratar de no pensar en un elefante verde mientras tomas medicina. [¿?]

Pero si alguna persona lo intenta realmente (y así es como funcionan los cristianos) debería estar muy arrepentida por sus pecados. Y aunque todos sabemos que nadie lo está realmente, como piensan que deberían estarlo, tratan de comportarse como penitentes, o con humildad. Y saben que cuanto más lo practiquen, más ridícula se vuelve la cosa. En el budismo zen sucede exactamente lo mismo. El maestro zen te pide que seas espontáneo. “Muéstrame tu auténtico Yo”. Una forma de conseguirlo es hacerte gritar, la palabra “mu”, por ejemplo. El maestro dice “quiero escucharte a TI en ese grito, quiero escuchar todo tu ser en él”. Y tú gritas a pleno pulmón y él dice “puff, no está bien. Ese es un grito falso. Ahora quiero escuchar absolutamente todo tu ser, directamente desde el corazón del universo, a través del grito”. Y los discípulos chillan hasta quedarse afónicos, pero no ocurre nada. Hasta que un día están tan desesperados que dejan de intentarlo y entonces consiguen ese grito, cuando no están tratando de ser genuinos. Porque sólo había que gritar, no había nada más que hacer.

Esta es la técnica llamada “reductio ad absurdum”. Si crees tener un problema y eres un ego y estás en dificultades, un maestro zen te dirá “enséñame tu ego, quiero ver esa cosa que tiene el problema”. Cuando Bodidharma, el legendario fundador del zen, llegó a China un discípulo acudió a él y le dijo “mi mente no tiene paz. Por favor, dime cómo puedo tranquilizarla.” Y Bodidharma dijo “trae tu mente ante mí y la pacificaré”. “Bueno”, respondió el discípulo “cuando la busco no puedo encontrarla”. Así que Bodidharma le dijo “ahí lo tienes, ya está en paz”. ¿Lo ves? Cuando buscas tu propia mente, es decir, tu propio centro particularizado de ser que está separado de todo lo demás, nunca podrás hallarlo. Pero la única forma en la que puedes descubrir que no está ahí es si miras con la suficiente atención. Por eso todo el mundo dice “de acuerdo, conócete a ti mismo, mira en tu interior, descubre quién eres”, porque por más intensamente que busques, no serás capaz de encontrarlo y entonces verás que no existe en absoluto. No hay un “tú” separado. Tu mente es lo que hay. Todo. Pero la forma de descubrirlo es persistir en el estado de ilusión con tanta fuerza como sea posible. Esa es una de las maneras. No he dicho que sea la única manera, pero es una de ellas.

Casi todas las disciplinas espirituales, meditaciones, oraciones, etc., etc. son maneras de persistir en la estupidez. Es decir, hacer resuelta y consistentemente lo que ya sueles hacer. Por eso si alguien cree que la Tierra es plana no podrás convencerle de que no es así. Sabe que es plana. Mira por la ventana y dice “es obvio, su aspecto es plano”. Así que la única forma de convencerle de que no lo es, es decir “vale, vamos a caminar hasta que encontremos el borde”. Y para encontrarlo tienes que tener cuidado de no caminar en círculos, porque si lo haces nunca lo hallarás. De modo que hay que caminar continuamente en una línea recta hacia el oeste sobre la misma latitud, y cuando finalmente regreses al punto de partida habrás convencido al tipo de que el mundo es redondo. Esa es la única forma en la que puedes mostrárselo, porque a la gente no se le puede sacar de sus ilusiones con palabras.

Sin embargo existe otra posibilidad, pero es más difícil de describir. Digamos que tomamos como suposición básica que este mismo momento en el que yo hablo y tú escuchas es la eternidad (lo cual constituye la experiencia del satori o despertar, o como quieras llamarlo). Pero a pesar de ello nos hemos adaptado a la noción de que este momento es ordinario, y de que puede que no nos sintamos bien, vagamente frustrados, preocupados y todo lo demás, y que debemos cambiar esto. Eso es todo. Así que no necesitas hacer nada en absoluto. Pero lo que resulta difícil de explicar es que no debes intentar no hacer nada, porque eso es hacer algo. Sencillamente es así. En otras palabras, de lo que se trata es de realizar una especie de acto de super-relajación. No hablo de relajación ordinaria. No es como dejarse ir, como cuando te tumbas en el suelo e imaginas que eres muy pesado y consigues un estado de relajación muscular. No es algo así. Es estar contigo mismo tal como eres sin alterar nada. Pero, ¿cómo explicas eso?, porque no hay nada que explicar... Así es como las cosas son justo ahora. ¿Te das cuenta? Si entiendes esto, despertarás automáticamente.

Si los maestros zen usan tratamiento de choque y algunas veces golpean o gritan a sus discípulos, o crean alguna forma de sorpresa súbita, es porque ese impacto puede traerte al ahora. ¿Te das cuenta? No hay ningún camino hacia el ahora porque ya estás aquí. Si me preguntas cómo vas a llegar aquí, te responderé contándote la famosa historia del turista americano que llega a Inglaterra. El turista pregunta a un paleto cual es el camino hacia Upper Tuttenham, una pequeña aldea. Y el paleto le responde: “Bueno, señor, no sé dónde está, pero si yo fuese usted no empezaría por aquí”.

Así que cuando me preguntas cómo puedes obtener el conocimiento de Dios o qué has de hacer para conseguir la liberación, todo lo que puedo decirte es que tu pregunta es errónea. ¿Por qué quieres conseguirlo? El mero hecho de que quieras conseguirlo es lo único que evita que llegues a obtenerlo. Ya lo tienes. Pero por supuesto, todo depende de ti. Es tu privilegio el pretender que no lo tienes. Es tu juego; ese es el juego de tu vida; es lo que te hace creer que eres un ego. Y cuando quieras despertarte lo harás. Tan fácil como eso. Si no estás despierto es prueba de que no deseas estarlo. Aún estás jugando al juego como si se tratase del escondite. Pero aún eres, tal como siempre has sido, el Ser pretendiendo no serlo, y eso es lo que quieres hacer. Así que, visto de este modo, ya estás donde tienes que estar.

Cuando entiendes esto sucede algo divertido que algunas personas malinterpretan. Descubrirás cuando eso suceda que la distinción entre comportamiento voluntario e involuntario desaparece. Te darás cuenta de que lo que describes como aspectos que están bajo tu propia voluntad te causan la misma sensación que las cosas que suceden en tu exterior. Ves a otra gente moverse y sabes que tú estás haciendo eso, de la misma forma en que respiras o haces que circule tu sangre. Y si no entiendes con claridad lo que pasa es posible que en este punto te vuelvas loco y empieces a pensar que eres Dios al estilo de Jehová. Se te puede ocurrir decir que tienes poder sobre otra gente, de modo que puedas alterar lo que están haciendo. O se te puede ocurrir que eres omnipotente en un sentido bíblico muy crudo. ¿Ves? Un montón de gente siente eso y acaba volviéndose loca. Se apartan del resto. Piensan que son Jesucristo y que todo el mundo debería postrarse y adorarles. Lo único que pasa es que se les cruzaron los cables. Les sucede aquella experiencia, pero no saben cómo interpretarla. Así que tened cuidado con esto. Jung lo llama inflación. Les sucede a personas que padecen el síndrome del Hombre Santo, que descubren que son el señor y que están por encima del bien y del mal, y este tipo de cosas, y por lo tanto empiezan a darse aires. Pero el detalle que olvidan es que todas los demás también lo son. Si descubres que tú eres eso, entonces deberías saber que el resto de las personas también lo son.

Veamos otro modo en el que puedes captar la cuestión. La mayoría de la gente cuando abre sus ojos y mira alrededor piensa que lo que ven está fuera de ellos. Parece, ¿no es así?, que tú estás detrás de tus ojos, y que detrás de los ojos hay un vacío que no puedes ver en absoluto. Te das la vuelta y hay cualquier cosa frente a ti. Pero detrás de los ojos parece haber algo que no tiene color. No es oscuridad, ni luz. Está ahí desde un punto de vista incluso táctil; puedes sentirlo con tus dedos, pero no puedes meterte dentro. Pero, ¿qué es lo que hay detrás de tus ojos? Pues bien, en realidad cuando miras afuera y ves a toda esta gente y cosas alrededor, esa es la apariencia del interior de tu cabeza. El color de esta habitación está aquí detrás, en el sistema nervioso, aquí, donde los nervios ópticos se sitúan en la parte posterior de la cabeza. Está ahí dentro. Eso es lo que estás experimentando. Lo que ves aquí fuera es una experiencia neurológica. Ahora bien, si esta percepción te acomete y sientes plenamente que es así, puedes llegar a sentir que el mundo exterior está completamente en el interior de tu cráneo. Esto debes corregirlo con la noción de que tu cráneo también está en el mundo exterior. Así que de repente empiezas a sentir “wow, ¿qué tipo de situación es esta? Está en mí, y yo estoy en ello y está en mí, y yo estoy en ello”. Pero así es como son las cosas.

Esto es lo que podría llamarse transacción, más que interacción entre el individuo y el mundo. Como sucede por ejemplo en la compra-venta. No puede haber un acto de compra a menos que simultáneamente se dé un acto de venta, y viceversa. De manera que la relación entre el organismo y el entorno es transaccional. El medio hace crecer el organismo y el organismo crea el entorno. El organismo convierte el sol en luz, pero se requiere que haya un entorno que contenga un sol para que haya un organismo cualquiera. Y la solución a ello es que son ambos un solo proceso. No se trata de que los organismos hayan aparecido en el mundo por casualidad, sino de que este mundo es el tipo de medio que produce organismos. Fue así desde el principio. Puede que los organismos apareciesen en escena desde el principio o puede que surgiesen y desapareciesen después del comienzo, pero desde el momento en que hizo ¡BANG!, si es que comenzó así, organismos como nosotros están sentados aquí. Estamos implícitos en ello.

Imagina que tomamos como ejemplo la propagación de la corriente eléctrica. Puedo tener una corriente eléctrica que vaya por un cable que rodee la Tierra. Aquí tenemos una fuente de energía y aquí un enchufe. Un polo negativo y otro positivo. Ahora, antes de que enchufe, hay que aclarar que la corriente eléctrica no se comporta exactamente igual que el agua en una tubería. Aquí no hay corriente esperando para saltar al hueco en cuanto conecte el enchufe. De hecho la corriente no empieza hasta que conecto el enchufe. Nunca arranca a menos que el punto de llegada esté presente. Hará falta que transcurra un intervalo para que esa corriente se mueva en el circuito si tiene que dar la vuelta a la Tierra. Es un largo recorrido. Pero el punto de llegada debe estar cerrado incluso desde antes de que diera comienzo. De forma similar, incluso aunque en el desarrollo de cualquier sistema físico pueden transcurrir miles de millones de años entre la creación de la más primitiva forma de energía y la llegada de vida inteligente, esos miles de millones de años son la misma cosa que el viaje de la corriente alrededor del cable. Lleva un poco de tiempo. Pero ya está implícito. A una bellota le lleva tiempo convertirse en un olmo, pero el olmo ya está implícito en la bellota. Por eso podemos decir que en cualquier pedrusco que flote en el espacio está implícita la inteligencia humana. En algún momento, en algún lugar, de alguna manera. Va todo junto.

Así que no establezcáis diferencias diciendo “soy un organismo vivo en un mundo hecho de materia muerta, rocas y cosas así”. Va todo junto. Esas rocas son tanto “tú” como las uñas de tus dedos. Necesitáis rocas. ¿Dónde si no vais a poneros de pie?

Lo que creo que un despertar verdaderamente implica es que reexaminemos nuestro sentido común. Tenemos todo tipo de ideas construidas en nuestro interior que parecen ser incuestionables, obvias. Y esas ideas se reflejan en nuestro discurso; en sus expresiones más comunes. “Enfréntate a los hechos”. Como si estuviesen fuera de ti. Como si la vida fuese algo ajeno a ellos. “Enfréntate a los hechos”. Nuestro sentido común ha sido domesticado, ¿os dais cuenta? Por eso nos sentimos extraños y extranjeros en este mundo, y es tremendamente plausible, porque es a esto a lo que estamos acostumbrados. Esa es la única razón. Pero cuando realmente empiezas a cuestionarte esto, te dices “¿es esta la manera en la que debo asumir qué es la vida?” Sé que todo el mundo lo hace, pero ¿eso hace que sea cierto?”. No necesariamente. It ain´t necessarily so [es el título de un famoso standard de jazz] De modo que cuando cuestionas esta asunción básica de nuestra cultura, encuentras un nuevo tipo de sentido común. Resulta absolutamente obvio que eres un continuo con el universo.

Por ejemplo, la gente solía creer que los planetas se sostenían en el cielo gracias a que estaban encerrados en esferas de cristal, y para todo el mundo era así. ¿Por qué era así? Pues porque al tratarse de esferas de cristal podías ver a través de ellas. Obviamente debía ser cristal, puesto que algo los sostenía allí. Y después, cuando los astrónomos sugirieron que no había ninguna esfera de cristal la gente se aterrorizó, porque pensaron que las estrellas se caerían. Hoy día esa idea no inquieta a nadie. También pensaron, cuando se descubrió que la Tierra es esférica, que la gente que vivía en las antípodas se caería, y también eso los asustaba. Pero entonces alguien circunnavegó el globo y todos nos acostumbramos a ello. Ahora viajamos por todas partes en aviones a reacción y todas esas cosas y no tenemos inconveniente en sentir que la Tierra tiene forma de globo. Ninguno en absoluto. Nos hemos acostumbrado a ello.

Lo mismo ha sucedido con las teorías sobre relatividad de Einstein. La curvatura en la propagación de la luz, la idea de que el tiempo envejece a medida que la luz se aleja de su fuente, es decir, que alguien que viese el mundo justo ahora desde Marte vería el mundo con un poco de adelanto con respecto a lo que experimentamos ahora... Eso empezó a fastidiar a la gente cuando Einstein comenzó a hablar de ello, pero ahora todos nos hemos acostumbrado a ello y hoy en día la relatividad y cosas así son asuntos de sentido común. Pues bien, dentro de pocos años será cosa de sentido común para mucha gente que son uno con el universo. Será así de simple. Y quizás si esto sucede podamos estar en condiciones de manejar nuestra tecnología con más sensatez. Con amor, en lugar de odio, hacia nuestro medio ambiente.

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Fuentes
Este documento fue tomado de kosm0s, que bien recomienda ser visualizado con Mozilla Firefox y con un poco de hierba.

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