Un nuevo arte
Por René Olivares
Seguramente, más de alguna vez al salir a la calle te has encontrado con que las murallas se encuentran adornadas de los más variados rayados, un fenómeno que se ha hecho cada vez más frecuente.
Escribir en las paredes no es algo que sea novedoso. Existen vestigios arqueológicos que demuestran su existencia en las más antiguas civilizaciones. Una frase llena de enojo por los acontecimientos sociales, un mensaje de amor, un dibujito o la reafirmación de la personalidad con un nombre o un alias en un muro parece ser más universal de lo que creería un alcalde preocupado del aseo y ornato de las calles.
Las ciudades crecen, expandiéndose hacia un infinito inexistente. Barrios y más barrios nuevos aparecen al lado de otros que acaban de envejecer, basados en una política de edificación mezcla de lo público y lo privado. Constructoras hacen casas y condominios para ciertos sectores acomodados, mientras que ellas mismas, contratistas del estado, dejan de lado la innovación arquitectónica para crear barrios iguales, monótonos, emplazados en lugares distantes y parecidos. La ciudad se ha convertido en una realidad compleja, heterogénea, con múltiples centros (unos más importantes que otros) que ordenan la convivencia social (y son un reflejo de ella misma). Salir a la calle en estas circunstancias es encontrarse con un mundo dado en el que el individuo no le queda más que ocupar caminando por las veredas, viajando por las avenidas, trabajando en fábricas u oficinas para volver a la casa, como una actividad más de un lugar que usamos impolutamente como si la urbe fuese un préstamo.
En este ambiente es en donde se gestan las intervenciones del espacio. Éste es acomodado por el habitante en su afán de desenvolvimiento, tratando de hacer de su lugar donde habita un emplazamiento en el que su acción se vea en su alrededor. No es aventurado decir que el auge de los murales se ha dado en momentos de efervescencia social. Digamos, entonces que, este fenómeno, es una expresión de la sociedad política, dejando de lado lo contingente del término, y calificándolo como una expresión del ciudadano ejercida sobre su ambiente.
En la cotidianidad, se le da el apelativo de graffiti a todo escrito o rayado en una pared. Es un término proveniente del italiano graffiar, tan significativo como su símil español: dibujar, escribir, pintar, etc. sobre una superficie, siendo el graffiti todo aquel escrito hecho mediante estos medios con el fin de inscribir sobre ella. Se comenzó a utilizar en referencia a las pintadas que aparecieron en la ciudad de New York a finales de los años 60 y principios de los 70. Grupos de jóvenes negros habían comenzado a expresar su descontento social producto de la marginación en que se encontraban, pintando con latas de spray sobre las murallas, que no eran precisamente telas enmarcadas dispuestas a adornar una sala en una casa o una galería o museo, sólo un muro, lo que pronto se trasladó a los trenes y ferrocarriles metropolitanos.
El soporte mismo del graffiti le da características que lo hacen único como arte: es ilegal. Ejercerlo implica someterse al castigo legal, pues su soporte material suelen ser objetos sujetos a la propiedad privada o, en el caso de los públicos, al cuidado municipal, colocando al graffiti a un nivel de transgresión que no se asemeja al supuesto afán de los neo-trans-post-etc-vanguardistas provenientes de la academia, que sólo pretenden cambiar el arte de la academia y terminan instalándose en los circuitos oficiales y ganan premios reconociéndoseles su anhelo transgresor, muy distinto a la exposición legal que significa el mero hecho de pintar un muro (por lo general sin permiso), que coloca al artista del graffiti como un infractor.
Pese a que el soporte es un elemento común en muchas expresiones gráficas denominadas como graffiti, entre ellas existen diferencias que es necesario observar. Algunos críticos consideran la existencia de dos formas de él: el europeo y el americano. El graffiti europeo es el más tradicional y centra su discurso en el contenido del mensaje, siendo una frase escrita a la vista del transeúnte para comunicar y promover un mensaje, la más de las veces, político o social. Quizás sea la forma más antigua debido a que es la más espontánea. No busca ubicarse como arte. Escribir una frase no hace a su autor un artista, sino que lo coloca como un agente de ideas que generalmente permanece en el anonimato. Se le ha llamado europeo, ya que tuvo su auge en la Francia del 68, durante el movimiento universitario que quiso convertirse en un renovador de la sociedad en su totalidad. La efervescencia política de aquellos tiempos llenó de mensajes la ciudad con frases del tipo "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "Bajo los adoquines, la playa", las que caracterizaron la conciencia de toda una generación y han impregnado de un romanticismo político a algunos sectores de las nuevas. Según Jesús de Diego, "esta modalidad grafítica dirige su ingenio a la elaboración verbal, es heredera de una amplia tradición de pensamiento filosófico, poético y humorístico en forma de máxima (desde Nietzsche, como mínimo) y, entre otros rasgos, se despreocupa visualmente de la elaboración plástica del texto, concentrándose en el plano de su contenido".
El graffiti americano, por su parte, si bien posee un contenido social como el europeo, éste se encuentra mucho más implícito. Nace como una expresión de sectores postergados socialmente como el afroamericano y el hispano en los barrios bajos de New York propagándose por los mismos sectores en las demás ciudades de EUA, estando ligado culturalmente al Hip-hop, junto con otras manifestaciones como el break dance y el rap. Su gestación coincide con la consolidación del modelo europeo, pero centra su contenido "social" en el mensaje mismo, en el medio de expresión, teniendo una finalidad estética única pues, un tag (firma) puede trascender la mera impresión con rotulador y transformarse en un mural a todo color que más que transmitir una idea hace una promoción de valores culturales ligadas al movimiento del cual es una parte constituyente. Dejando de lado las obvias diferencias y distancias, se acerca mucho más al muralismo mexicano que, pese a su emplazamiento, es aceptado socialmente y estudiado seriamente por el mundo académico. Se han hecho intentos cada vez más crecientes de darle un status serio al graffiti, de justificarlo desde las instituciones artísticas, incluso algunos artistas han pasado de la calle al museo, pero su misma constitución, su materialidad y su fundación cultural impiden que así sea. Un graffiti del estilo Hip-hop en un museo pierde toda su fuerza expresiva y se convierte en un objeto descontextualizado que ha dejado de ser lo que era.
Como vemos, no se puede poner en un mismo saco a toda escrito mural, pues debemos destacar el hecho de que sólo el ligado al Hip-hop posee un valor estético intrínseco (con esto no debe creerse que no sea posible un arte graffiti alejado del ámbito de esta cultura urbana, aunque sí es difícil que así sea), quedándose los otros con la letra desnuda y despojados de una posición asumidamente artística.
Los diferentes graffitis (deberia ser sin "s" pues graffiti es una palabra que ya está en plural) son el resultado de una creación individual con motivaciones colectivas, de afirmación y propaganda de una identidad que a estas alturas ha trascendido las fronteras estadounidenses y se ha adueñado de las avenidas de las grandes ciudades europeas y latinoamericanas. Como toda manifestación cultural nacida en el seno capitalista, el graffiti, venido de la mano con el Hip-hop, llegó como una moda, que se vende haciendo creer a sus compradores que atacan lo que compran. Pantalones a la medida exacta para dejar al descubierto los gayumbos y hacer parecer a las rodillas como inexistentes, más los inútiles gorros y viseras dados la vuelta, son ya comunes: niñatos creyéndose negros y caminando como si la evolución no hubiese pasado por ellos. El graffiti cae en este mismo panorama como una característica más de una adolescencia que busca identidad enarbolando una cultura que les es ajena, aunque cada vez menos gracias a la imitación. Con esto no quiero menospreciar el movimiento Hip-hop o al graffiti, sino que expreso mi molestia ante esa lamentable mayoría que copia formas y no contenido. La expresión de una cultura imitada y no asumida ni adaptada para darle otros enfoques, en que se dan pocos frutos valiosos, hechos que hacen que la posibilidad estética del graffiti se malgaste, perdiendo la oportunidad de hacer de la ciudad un museo siempre vivo.
Por René Olivares
Seguramente, más de alguna vez al salir a la calle te has encontrado con que las murallas se encuentran adornadas de los más variados rayados, un fenómeno que se ha hecho cada vez más frecuente.
Escribir en las paredes no es algo que sea novedoso. Existen vestigios arqueológicos que demuestran su existencia en las más antiguas civilizaciones. Una frase llena de enojo por los acontecimientos sociales, un mensaje de amor, un dibujito o la reafirmación de la personalidad con un nombre o un alias en un muro parece ser más universal de lo que creería un alcalde preocupado del aseo y ornato de las calles.
Las ciudades crecen, expandiéndose hacia un infinito inexistente. Barrios y más barrios nuevos aparecen al lado de otros que acaban de envejecer, basados en una política de edificación mezcla de lo público y lo privado. Constructoras hacen casas y condominios para ciertos sectores acomodados, mientras que ellas mismas, contratistas del estado, dejan de lado la innovación arquitectónica para crear barrios iguales, monótonos, emplazados en lugares distantes y parecidos. La ciudad se ha convertido en una realidad compleja, heterogénea, con múltiples centros (unos más importantes que otros) que ordenan la convivencia social (y son un reflejo de ella misma). Salir a la calle en estas circunstancias es encontrarse con un mundo dado en el que el individuo no le queda más que ocupar caminando por las veredas, viajando por las avenidas, trabajando en fábricas u oficinas para volver a la casa, como una actividad más de un lugar que usamos impolutamente como si la urbe fuese un préstamo.
En este ambiente es en donde se gestan las intervenciones del espacio. Éste es acomodado por el habitante en su afán de desenvolvimiento, tratando de hacer de su lugar donde habita un emplazamiento en el que su acción se vea en su alrededor. No es aventurado decir que el auge de los murales se ha dado en momentos de efervescencia social. Digamos, entonces que, este fenómeno, es una expresión de la sociedad política, dejando de lado lo contingente del término, y calificándolo como una expresión del ciudadano ejercida sobre su ambiente.
En la cotidianidad, se le da el apelativo de graffiti a todo escrito o rayado en una pared. Es un término proveniente del italiano graffiar, tan significativo como su símil español: dibujar, escribir, pintar, etc. sobre una superficie, siendo el graffiti todo aquel escrito hecho mediante estos medios con el fin de inscribir sobre ella. Se comenzó a utilizar en referencia a las pintadas que aparecieron en la ciudad de New York a finales de los años 60 y principios de los 70. Grupos de jóvenes negros habían comenzado a expresar su descontento social producto de la marginación en que se encontraban, pintando con latas de spray sobre las murallas, que no eran precisamente telas enmarcadas dispuestas a adornar una sala en una casa o una galería o museo, sólo un muro, lo que pronto se trasladó a los trenes y ferrocarriles metropolitanos.
El soporte mismo del graffiti le da características que lo hacen único como arte: es ilegal. Ejercerlo implica someterse al castigo legal, pues su soporte material suelen ser objetos sujetos a la propiedad privada o, en el caso de los públicos, al cuidado municipal, colocando al graffiti a un nivel de transgresión que no se asemeja al supuesto afán de los neo-trans-post-etc-vanguardistas provenientes de la academia, que sólo pretenden cambiar el arte de la academia y terminan instalándose en los circuitos oficiales y ganan premios reconociéndoseles su anhelo transgresor, muy distinto a la exposición legal que significa el mero hecho de pintar un muro (por lo general sin permiso), que coloca al artista del graffiti como un infractor.
Pese a que el soporte es un elemento común en muchas expresiones gráficas denominadas como graffiti, entre ellas existen diferencias que es necesario observar. Algunos críticos consideran la existencia de dos formas de él: el europeo y el americano. El graffiti europeo es el más tradicional y centra su discurso en el contenido del mensaje, siendo una frase escrita a la vista del transeúnte para comunicar y promover un mensaje, la más de las veces, político o social. Quizás sea la forma más antigua debido a que es la más espontánea. No busca ubicarse como arte. Escribir una frase no hace a su autor un artista, sino que lo coloca como un agente de ideas que generalmente permanece en el anonimato. Se le ha llamado europeo, ya que tuvo su auge en la Francia del 68, durante el movimiento universitario que quiso convertirse en un renovador de la sociedad en su totalidad. La efervescencia política de aquellos tiempos llenó de mensajes la ciudad con frases del tipo "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "Bajo los adoquines, la playa", las que caracterizaron la conciencia de toda una generación y han impregnado de un romanticismo político a algunos sectores de las nuevas. Según Jesús de Diego, "esta modalidad grafítica dirige su ingenio a la elaboración verbal, es heredera de una amplia tradición de pensamiento filosófico, poético y humorístico en forma de máxima (desde Nietzsche, como mínimo) y, entre otros rasgos, se despreocupa visualmente de la elaboración plástica del texto, concentrándose en el plano de su contenido".
El graffiti americano, por su parte, si bien posee un contenido social como el europeo, éste se encuentra mucho más implícito. Nace como una expresión de sectores postergados socialmente como el afroamericano y el hispano en los barrios bajos de New York propagándose por los mismos sectores en las demás ciudades de EUA, estando ligado culturalmente al Hip-hop, junto con otras manifestaciones como el break dance y el rap. Su gestación coincide con la consolidación del modelo europeo, pero centra su contenido "social" en el mensaje mismo, en el medio de expresión, teniendo una finalidad estética única pues, un tag (firma) puede trascender la mera impresión con rotulador y transformarse en un mural a todo color que más que transmitir una idea hace una promoción de valores culturales ligadas al movimiento del cual es una parte constituyente. Dejando de lado las obvias diferencias y distancias, se acerca mucho más al muralismo mexicano que, pese a su emplazamiento, es aceptado socialmente y estudiado seriamente por el mundo académico. Se han hecho intentos cada vez más crecientes de darle un status serio al graffiti, de justificarlo desde las instituciones artísticas, incluso algunos artistas han pasado de la calle al museo, pero su misma constitución, su materialidad y su fundación cultural impiden que así sea. Un graffiti del estilo Hip-hop en un museo pierde toda su fuerza expresiva y se convierte en un objeto descontextualizado que ha dejado de ser lo que era.
Como vemos, no se puede poner en un mismo saco a toda escrito mural, pues debemos destacar el hecho de que sólo el ligado al Hip-hop posee un valor estético intrínseco (con esto no debe creerse que no sea posible un arte graffiti alejado del ámbito de esta cultura urbana, aunque sí es difícil que así sea), quedándose los otros con la letra desnuda y despojados de una posición asumidamente artística.
Los diferentes graffitis (deberia ser sin "s" pues graffiti es una palabra que ya está en plural) son el resultado de una creación individual con motivaciones colectivas, de afirmación y propaganda de una identidad que a estas alturas ha trascendido las fronteras estadounidenses y se ha adueñado de las avenidas de las grandes ciudades europeas y latinoamericanas. Como toda manifestación cultural nacida en el seno capitalista, el graffiti, venido de la mano con el Hip-hop, llegó como una moda, que se vende haciendo creer a sus compradores que atacan lo que compran. Pantalones a la medida exacta para dejar al descubierto los gayumbos y hacer parecer a las rodillas como inexistentes, más los inútiles gorros y viseras dados la vuelta, son ya comunes: niñatos creyéndose negros y caminando como si la evolución no hubiese pasado por ellos. El graffiti cae en este mismo panorama como una característica más de una adolescencia que busca identidad enarbolando una cultura que les es ajena, aunque cada vez menos gracias a la imitación. Con esto no quiero menospreciar el movimiento Hip-hop o al graffiti, sino que expreso mi molestia ante esa lamentable mayoría que copia formas y no contenido. La expresión de una cultura imitada y no asumida ni adaptada para darle otros enfoques, en que se dan pocos frutos valiosos, hechos que hacen que la posibilidad estética del graffiti se malgaste, perdiendo la oportunidad de hacer de la ciudad un museo siempre vivo.
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