Punk La Muerte Joven de Juan Carlos Kreimer



Punk La Muerte Joven

Punksunidos agredece a Juan Carlos Kreimer por facilitarnos este fragmento de su libro Punk La Muerte Joven 4ta edición, 2006 - Editorial Release, distribuye Longsller.

Además, tenemos una pagina de su último libro "Contracultura Para Principiantes"


LOS RIESGOS

¿Qué puede pasar?
Conjeturas de la noche del 31 de diciembre de 1977


“Does passion end in fashion?” (¿Termina la pasión en una moda?)

(Graffitti pintado en aerosol en la boutique Sedimitionaries)


1
FIN DE FIESTA


El mismo día de octubre del 77, que el periódico norteamericano de distribución mundial Rolling Stone dedica su artículo central y la cubierta a Sex Pistols, Mr. William Safire1 gasta su columna en el New York Times para explayarse en lo que la mayoría de la “gente normal” ataca (y confunde) del punk: su revolución musical y la tendencia nazi-fascista que se le atribuye. Gran escándalo. Dudo que mister Safire haya puesto alguna vez su sensibilidad en el CBGB o en el Vortex. Por de pronto no enumera ninguna de las siguientes consideraciones.

El fascismo empieza y termina con una insistencia: conformidad. (Recuerdo el personaje del filme El conformista, de Bernardo Bertolucci.) Conformidad a aceptar las ideas seniles de racismo, patriotismo, militarismo, elitismo, familia, pureza. Conformidad a obedecer órdenes que llegan de arriba (no precisamente del cielo). El conformismo es su esencia. Hitler no quema judíos por su “decadencia” (como dice molestamente el tema de The Nuns), sino porque se diferencian de los estándares conformistas pretendidos para la nación. Por eso también los estudiantes de la Biblia, los homosexuales y otros tipos de “diferentes” o “extranjeros”, los acompañan a la cámara de gas.

El movimiento punk, musical y social, tampoco acepta los estereotipos previstos. La devoción por el casamiento, traer hijos al mundo, trabajar para la prosperidad de la nación, organizarse para la defensa..., son valores ausentes en el estilo de vida punk. Inducen a la confusión nombres de grupos como The Dictators, London SS, la profusión de esvásticas y cruces, su actitud de franca decadencia y la mala interpretación de su violencia.

El fascismo es violencia y los punks son violentos: entonces punk es fascismo. Este silogismo corresponde a mistress Margaret Thatcher, del Partido Conservador británico. Esta anciana miembro del Parlamento, líder de “la oposición”, también debería leer menos lo que dicen los periódicos del mediodía y escuchar más los discos de Tom Robinson Band,

Alternative TV o The Stranglers para discernir mejor entre los dos tipos de violencia.

La violencia del punk no es la batalla campal posterior a su pogo, sino su disidencia. La suya no es la rebelión de los que quieren volver al pasado, a los viejos buenos días cuando la gente hacía lo que se le ordenaba, cuando cada uno ocupaba y se quedaba en su lugar. Es diferente: anarquía, punk, new wave..., es rebelión de jóvenes que todavía no quieren detenerse ante nada, que satirizan la historia –presente y futuro incluidos–. En ellos, el fascismo es un tema de burla, una caricatura. No una meta.

Hay, sin embargo, cierto fascismo en el movimiento punk del que no se habla: el auto-fascismo. En cada uno hay un fascista potencial que con el paso del tiempo lo lleva a traicionarse y a actuar de maneras contrarias a como piensa. Muchos chicos punk se vuelven individualmente fascistas cuando comienzan a hacer concesiones, cuando aceptan contribuir con un sistema que tiende a adoptar bajo otros nombres diversas características de esa ideología (represión, control, etc.).

Una vez que los punk-rockers obtienen algo de popularidad y entran en la élite del poder (musical), se conforman a esa situación en vez de combatirla y ridiculizarla. ¿Hasta cuándo Sex Pistols puede jugar a ser los frutos prohibidos del reino? ¿Hasta dónde llegará la audacia de The Clash para seguir golpeando los flancos resquebrajados del enemigo? ¿Hasta dónde se explotarán sus humores viscerales Richard Hell y Patti Smith? Ni ellos mismos lo saben aún. Pero unos cuantos grupos –bastantes más de los que puedo imaginar– están cobrando por sus gracias millares de dólares y libras esterlinas. Digamos que no los afecten directamente, que no toquen el gran dinero cobrado y vivan con un mínimo autosalario semanal; la pregunta es: ¿Se acuerdan ellos todavía de dónde salen esas cifras millonarias que mueven a los grandes sellos y a la industria musical? ¿De los bancos privados, de patrocinios oficiales, de inversionistas?

Sí, de inversionistas, millares de pequeños inversionistas que pagan setenta peniques o dos dólares por cada disco simple de tres a cuatro libras o de seis a diez dólares por cada LP. En el mejor de los casos, al grupo le llega el 10% de esas recaudaciones. Cuando un grupo cobra cincuenta libras por un gig y hay doscientas manos de uñas comidas que extienden una arrugada libra en la taquilla de un club, ¿quién se queda con la diferencia? Ese colaboracionismo, sea el sold-out de músicos que triunfan, la explotación de grupos que quieren triunfar o la resignación de públicos dispuestos a apoyarlos a cualquier precio, ciegamente, son aliados sutiles. No hace falta que se alisten en el National Front. Big Brother, Music-Biz, Tesoro de la Corona, corporaciones multinacionales, mafias oficiales..., esperan del futuro el mismo ideal de sumisión, conformidad y obediencia. Precisamente los blancos sobre donde dispara la lírica punk.


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“Cada cosa nueva que realizo o cada cosa que obtengo no me satisface como lo imaginaba. Cada vez estoy más convencido que ese género de ambición es una ilusión.”

Lou Reed)


Ya dentro de 1978, después de meses agitados, el círculo punk parece cerrarse antes de ser abierto al máximo. Lo que podía preveerse y lo que no, ya ha ocurrido o está por ocurrir en los próximos meses. Aún no hay otra generación posterior que cuestione a los punks, que los acuse por haber vendido su aburrimiento al sistema ni que muestre una forma de vestir más extremista o de pensar menos convencional. O más destructiva. Tampoco han aparecido otros ritos sociales que reemplacen al punk-rock. (¿Acaso el skateboard o las traga monedas?). No se ha aclarado correctamente el concepto punk, pero ya nadie, ni el más ardiente de sus cultores confía en su aplicación masiva. Antes de ser asimilado por el resto de la juventud, la punkitud se desplaza a un terreno que escapa de su control y llega a los consumidores masivos neutralizado como una moda.

La primera etapa fue la presentación del fenómeno; la segunda es su representación. Con Sex Pistols a la cabeza y un verdadero Ejército de Salvación compuesto por incalculables grupos de new wave, la segunda etapa del punk es la conquista del mundo. Quizá será más fácil: la información anticipó la acción. Lo que decía ser y era considerado mecha incendiaria de un arte destructivo es hoy producto de consumo. Garantizada su existencia en términos de rentabilidad, desmontados los mecanismos de su agresión, parece esa hora de la fiesta que sin poder explicarse bien por qué, algunos comienzan a plantearse la vuelta a casa. Como si prendieran las luces y al ir a buscar los abrigos encontraran marcas de sangre en el baño que deben disimular.

Rat Scabies es una de las satánicas majestades del punk, un chico levemente más idealista que el resto de los que triunfaron. Aún cree que obedecer a sus ideas puede resultar más interesante que aceptar las ofertas de la realidad. En noviembre abandonó la batería de The Damned, un trabajo para el que diez mil jóvenes ingleses escribieron postulándose. Los fans, como en el caso de Sid Vicious, también se rasgan las vestiduras. La Máquina, punk o no-punk sigue funcionando, pero Rat Scabies escribe sobre la pared de un lujoso hotel de Londres una frase de Jimi Hendrix: “Un mes aquí vale años allá”. También él intenta suicidarse.

Días después, Rat me explica con frases sencillas: “Tengo ya caminado todo lo que podría caminar sobre los escenarios. ¿Qué más puedo encontrar acá? Entre 30 libras por semana y 30.000 por año hay diferencia, pero no entre 30.000 y 3.000.000. ¿Hasta cuándo debo seguir demostrando una ‘x’ cantidad de mi habilidad? Seguir en el punk, en el éxito de The Damned, es el síndrome de John Wayne: probar a la gente lo fuerte que puedo ser. El punk se vendió más rápido de lo que todos imaginaban. Ahora la revolución es mantener el negocio. En vez de boring old farts somos boring young farts. Nos estamos poniendo gordos.

“Con más de 100 libras por semana, cuando uno está acostumbrado al dole, todo parece más fácil que nunca. Pero yo perdí la desesperación. Ahora mi nombre no soy yo. Al principio me sentía feliz; cuando nos cambiábamos la ropa en el baño del 100 Club junto a Sex Pistols éramos jóvenes, solos frente al mundo, dispuesto a fuck. Cuando tocamos la última vez en el Round House había ciento cincuenta o doscientos apretándose en el camerino por opiniones, autógrafos, sinceridad mía. No soy mejor que ninguno de ellos. La única diferencia es que no debo pagar para verlos trabajar.”

La fama cambia la vida. No es que el chico se traicione; simplemente ya no es el mismo. Cambia la realidad alrededor e inevitablemente cambia su manera de verla. Eso es quizá lo que muchos punks empiezan a comprender ahora de su propia punkitud: que ésta es parte de otra reacción más general –juventud y vida–. Todos los que han dejado de ser jóvenes, incluso los que parecen nunca haberse cuestionado nada, alguna vez sienten el tirón de sorpresa de que algo ha cambiado en ellos. Suele ocurrir poco después de ese período que consideraban su juventud. ¿Cómo explicarlo? La experiencia es intransferible. Después de haber hecho durante algún tiempo el escándalo punk, el joven toma conciencia, recuerda y proyecta. Lo que parecía intensidad queda como gesto teatral, lo que parecía honestidad como un escenario surgido de una típica reacción químico-social: gotitas de adolescencia en las probetas del presente. La historia ya no teme lo que pueda surgir de esa combinación. ¿Punk? OK, punk.

Pero lo que parecía ser un arte vital queda como un artefacto. Absorbida por la industria de la música, la tercera generación del rock se ve envuelta, en pleno período de desarrollo, no sólo por contradicciones intrínsecas de su punkitud, sino por problemas de mercado, campañas promocionales, expectativas comerciales y, lo que es más alarmante aún: su desesperada necesidad de éxito. Punk, modo de hablar, vestirse, comportarse, divertirse, despreciar al mundo y a sí mismos... el replanteo del movimiento punk es para los chicos el replanteo de la vida misma. ¿Hasta cuándo van a ponerse en ridículo? ¿Hasta cuándo van a sorprender con ese ridículo? ¿Qué otro recurso les queda para “golpear” al resto de la gente y burlarse de sí mismos? Tedio del tedio, ya ni con su muerte llaman la atención.

Perversamente, la sociedad empieza a respetarlos. Al insulto punk le ha pasado lo peor que le puede pasar a cualquier movimiento que se quiera revolucionario: que el enemigo le dé la razón, le abra las puertas, lo gane para su causa. Buena parte del potencial destructivo del punk no venía de sí mismo, sino del miedo que causaba a la sociedad. Hoy comparten la Manzana.


“Todos se acuerdan de Eva / pero nadie se pregunta / cómo quedó la fruta / ni qué hizo después / la serpiente.”

(The Visitors)


2
HABLAN LAS ESTRELLAS


Una rápida observación a la carta astral del punk permite constatar que su presencia en este mundo, y en especial sus reacciones, no son azarosas. La generación hippie –hijos de la posguerra– nace con Neptuno en Libra: el signo de la paz, armonía, relaciones humanas. La siguiente, la generación de los nacidos entre 1955-62, llega con Urano en Leo y Neptuno en Escorpio: en ese enfrentamiento planetario puede interpretarse el sentimiento apocalíptico, drástico, de destrucción y renacimiento que caracteriza a los que hoy tienen alrededor de veinte años. Neptuno en Escorpio indica una fascinación por la muerte y el más allá. Frente a Urano: la necesidad de optar entre la pérdida de la vida o la esperanza de sobrevivir. En palabras sencillas: se enfrenta con la muerte para sentir que aún está vivo. Me parece el horóscopo de un personaje conocido.

¿Qué está diciendo a la Historia la historia de la generación del punk-rock? Algo, es seguro, debe estar anticipando. Los escritores de los años 50, por ejemplo, inconscientemente describen el cuadro actual. La precocidad sexual es prevista por Vladimir Novokov en Lolita (1955) y por Tenneesse Williams en Baby Doll (1956). William Goldwing explora el potencial de crueldad de los chicos en El señor de las moscas (1954). La delincuencia juvenil toma estado público en los años 50; de 1955 sólo recuerdo tres filmes: Semillas de maldad, Rock al compás del reloj y Rebelde sin causa. ¿Os dicen algo que rime con punk esos títulos? La necesidad de empujarse a sí mismo hasta los límites de la resistencia mental y biológica (Urano en Leo), la no-tolerancia de grises (Escorpio) más el todo o nada de Neptuno, el punk nace en una época plácida (expansión capitalista-tecnológica). Desde la cuna, respira rock.

La vez anterior que Urano entra en Escorpio fue en 1890-91: coincide con la muerte de Arthur Rimbaud, el suicidio de Van Gogh y la publicación de una obra clavel de la “decadencia”: El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde cuenta la punkitud en el “humanitario” período victoriano. Paralelismos planetarios en el medio, llámese apatía al narcisimo y “liberalismo controlado” al marco social del presente y se comprenderán algunos rasgos característicos de la reacción punk. Si el joven quiere destruir la Sociedad de Objetos Mecánicos donde vive, no es sólo para gozar ese Apocalipsis, sino para recuperar su lugar. Si prefiere replegarse sobre sí mismo, dejarse ir por sus pasiones más caprichosas para gozar al máximo la intensidad del momento, es porque no cree en ninguna salvación futura.


***


Sigmund Freud podría definir al punk-rock como la válvula de seguridad que previene la destrucción eruptiva de la libido juvenil actual. En otras palabras: el punk-rock excita y calma las tensiones de los chicos. Efectivamente, arte, moda o cultura, el punk no pudo estar mejor concebido ni haber surgido en mejor momento. Si los chicos no desahogaran sus emociones contra las adversidades e intensidad de la vida en el contexto teatral de esa música, ¿dónde podrían hacerlo? Cuando el hidrógeno del rock se expande en la histeria socio-política de los años 70, lo que comenzó como “otra” expresión inocente de adolescentes y parecía que iba a explotar en terribles consecuencias, se convierte en otra “función” de rebeldía. La generación del 60 llamó a eso mismo: “Sueños de rock-and-roll”.

En la década pasada, la prensa y la burguesía bien intencionada podía permitirse decir que el hippie era un iluminado: hablaba en términos ecológicos de una vida mejor. Aburrido, el punk se presenta como la destrucción, la anarquía y dice que NO HABRA FUTURO. No especifica para quién: ¿para él?, ¿para los otros?, ¿para ambos? En la diversión del rock se olvida que viene a destruir. “La anarquía necesita coordinación”, sostiene el profeta Johnny Rotten y el No Futuro entonces se convierte en una manera de llamar a lo que No Conoce. No es el fin de la vida, el apocalipsis soñado por los intelectuales y la ciencia ficción, sino el más allá que viene después de la adolescencia. La suprema ironía del punk es que parte para buscar un estado diferente (mejor o peor, depende de la perspectiva) al de sus hermanos mayores y en el camino, cuando aún no sabe bien adónde va, advierte que ha llegado al mismo punto que odiaba.

Johnny Rotten, el punk-star dedicado a destruir el star-sistem vuelve a servir de ejemplo. Construye su mito tanto gracias a gente que lo odia como a quienes lo apoyan. Al revés que un actor del teatro de Pirandello, es un artista punk que se expone a sí mismo. Sobre el escenario, prensa, vida real. Asume la responsabilidad de cuanto es como individuo. El: John Lyndon. Convoca a la anarquía y antes de que termine de cantar, un botellazo (¿de un ted, de otro punk, del dueño del bar, del censor?) le acierta en pleno rostro. Su piel, no su maquillaje. Sangre, no jugo de tomate. Esa violencia más que su música multiplicada por los medios de comunicación masiva hace vender millares de discos de Sex Pistols antes de que sean grabados. La tercera generación comienza a aceptar una evidencia diabólica: lo que hace la cultura del rock no es su espíritu, sino la Industria.

Hay tantos hechos aislados, tanta información complementaria, tantas consideraciones relacionadas con el fenómeno punk que ni a través de una computadora puede conocerse cuál será el resultado final de su fiesta. Cuando muchos la descubren, sus protagonistas la dan por terminada: queda el mito. Cada día será más difícil determinar lo que verdaderamente pasó y lo que no pasó durante la primera parte de esta celebración, aún inconclusa. Como coca-cola, el punk es a real thing (algo concreto), pero la fórmula se guarda en secreto. Secreto para fabricantes, embotelladores autorizados y consumidores masivos. Para obtener una versión más completa de lo que fue habrá que aguardar a que se reinicie otro nuevo proceso y que los nuevos parricidas empiecen a demoler al punk tal como hacen todas las generaciones (de rock y no rock) con las inmediatamente anteriores. Hubo que esperar a la década siguiente para comprender la fiesta del 50 y la del 60. ¿Qué pasó en la del 70? La solución correcta en el próximo número: los hijos del punk, si es que los concibe.

Por el momento, con el punk el sistema vuelve a confirmar la teoría gatopardista: cambiar para que todo siga igual. Es decir, peor. Al mediodía siguiente, cuando los que se quedaron a dormir en la fiesta se despiertan y contemplan el panorama después de la batalla, no pueden evitar una sensación intangible. Es como cuando luego de una tormenta, el paisaje vuelve a reubicarse en su mismo lugar. Pero basta mirarlo con detenimiento para percibir que no es el mismo.

Tomado de Punk La Muerte Joven, Juan Carlos Kreimer,

4ta edición, 2006

Editorial Release,

distribuye Longsller.

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